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De la fe y de la verdad

Hay que reconocer que hoy no es corriente reflexionar sobre este tema, espinoso para algunos, y en algunos ambientes difícil. Humanamente hablando se presta a las más variopintas opiniones, por eso hay que aclarar aquí, que las afirmaciones que se van expresando se basan en las verdades que de una manera implícita o explícita están contenidas en el Evangelio de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Es decir, desde la fe católica, que se basa en la autoridad de Dios.

Llamamos “fe católica”, al conjunto de verdades reveladas por Dios. También llamamos fe a secas, “a la disposición personal a creer algo, por la confianza que nos merece la persona que nos lo propone”. Por esa misma razón damos fe a lo que Dios quiera revelarnos. Creemos esas verdades porque creemos a Dios y nos fiamos de Él.

La diferencia es que, para que se de la “fe católica” es necesaria la gracia de Dios y la buena disposición del hombre para acogerla.

Que Jesucristo es Dios, se basa en que, como estaba escrito desde siglos, y Él mismo lo anunció así a sus apóstoles, al tercer día de su muerte resucitó, y nadie salvo Dios mismo, puede resucitarse a sí mismo.

Por eso dice San Pablo: “Si Jesucristo no hubiese resucitado vana sería nuestra fe, aún estaríamos en nuestros pecados.” Por tanto, el Evangelio de Jesucristo es verdad revelada, es decir, verdad divina.

Pilatos, en un momento histórico, para eludir responsabilidades preguntó a Jesús, y ¿qué es la verdad? Pero, salió sin esperar respuesta. La verdad no le interesaba.

El hombre, en su caminar por la historia, hace suyas muchas verdades: verdades parciales sobre cosas, situaciones, acciones humanas, y apoyándose en ellas establece juicios morales subjetivos, frecuentemente, basados en criterios de conveniencia: sean políticos, ideológicos, o de cualquier otra naturaleza. Ignora, culpablemente o no, que como referencia moral final, trascendente, definitiva, sólo es válida la verdad revelada, la verdad divina (Condensada en los 10 mandamientos.)

La experiencia humana junto a la fe católica, se combinan para deshacer utopías inmanentístas, con las que se pretende eliminar de la mente humana la perspectiva de eternidad que tienen los últimos y decisivos tramos del caminar del hombre sobre la tierra.

Lo “inmanente” es: acción humana que nace y muere en el mismo agente, lo que reduce al hombre a lo puramente material y racional. (lo contrario de “trascendente”)

La fe católica promete un futuro eternamente feliz, según la promesa de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, el hombre se enfrenta a dos dimensiones de la vida, diametralmente opuestas, ya que, una cosa es la vida como la ve el mundo, y otra, como la ha revelado Dios. Es decir, una es la vida natural, y otra la sobrenatural, o divina.

Que el ser humano es trascendente, lo demuestran hasta los pueblos más primitivos, que viven en la esperanza de otra vida mejor, de un más allá, lo que viene a demostrar que algo hay en el hombre, que le hace confiar en una futura inmortalidad.

Pero, para llegar hay que pasar por “el Juicio de Dios”, sentencia inapelable, definitiva, que nos proyecta a una felicidad o infelicidad eternas.

Antonio de Pedro Marquina

Zaragoza, España

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