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Ingeniería electoral

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

El desempeño de los candidatos a la Presidencia de la República por la vía independiente, en las presentes elecciones de nuestro país, ofrece un ejemplo de la manipulación perniciosa de la que son objeto las instituciones desde la cúpula del poder, para evitar el cambio que nos lleve a que las cosas mejoren.

Como es del conocimiento, todo apunta que sólo Margarita Zavala obtendrá el registro de su candidatura, en tanto que Jaime Rodríguez y Armando Rios Piter fueron descalificados por el Instituto Nacional Electoral, al haberse descubierto la falsedad de muchas de las firmas recabadas para sostener sus respectivas candidaturas.

Lo acontecido en cualquier otro lugar del mundo habría puesto al árbitro electoral en la picota de linchamiento. El hecho de que se atribuya a los tres aspirantes la falsificación referida, en un porcentaje que va del cuarenta y cinco al ochenta y seis por ciento de firmas falsas, pone en grave entredicho al procedimiento en su conjunto, porque dicha falsedad debió de ser detectada al ritmo en que las firmas fueron llegando a una plataforma digital, cuyo diseño y operación es responsabilidad del propio INE.

El resultado desastroso en comento legitima la sospecha según la cual, la manipulación que lo anterior implica, tiende a poner piedras en el camino de Ricardo Anaya, candidato de la Coalición México al Frente, porque todo indica que Margarita le quitará votos al Frente, en tanto que la descalificación del Bronco y de Ríos Piter, fortalece las posiciones de Meade y López Obrador, quienes en cada caso y en ese orden, habrían sufrido en su perjuicio la división del voto en caso de que e tales precandidatos independientes hoy fallidos, hubieran aparecido en la boleta.

La ausencia de toda consecuencia jurídica administrativa o penal frente a lo ocurrido, confirma que la maniobra es parte de un proceso de perversa ingeniería electoral, ante el fracaso del candidato del PRI y el riesgo de cárcel que plantea el triunfo de Anaya para el presidente Peña Nieto y alguno de sus colaboradores más cercanos. Con los antecedentes de justicia en contra de exgobernadores, en los casos de Chihuahua, Veracruz y Tamaulipas, Anaya y el Frente se erigen en la única opción de lucha en contra de la corrupción y del pacto de impunidad, así como en abanderados del respeto a las instituciones, lo que se ha visto confirmado en virtud de la persecución en contra del Candidato del Frente, en la que el sistema priista se ha llevado entre las patas a la Procuraduría General de la República.

A lo anterior se suma el perdón expreso que Andrés Manuel ofrece al crimen organizado de dentro y fuera de la estructura del gobierno, hace de este personaje el beneficiario de la estrategia cupular descrita, y por ello con la venia y bendición de la mafia del poder, el Peje emerge como restaurador del régimen priista en su versión populista, con el grave riesgo que tal probabilidad supone.

El acuerdo Peña Nieto-López Obrador está más claro que el agua, y los aliados extremistas del Peje se refugian en el reclamo de Paco Ignacio Taibo II, quién convertido en otra cara más del sistema, impugna las reformas estructurales modernizadoras conseguidas hasta el momento, inaugurando otra parte del discurso ambiguo que los mexicanos habremos de sufrir, en el lamentable caso de que el Peje llegue al poder bajo el impulso de su partido de origen y además, como presunto dueño del tigre de la extrema izquierda.

El acceso a la modernidad y la funcionalidad de los esperados detonadores del desarrollo en nuestro país están en riesgo. Los esfuerzos de los últimos treinta años, por salir del hoyo en el que fuimos arrojados al principio de los años setenta del siglo pasado, están amenazados en virtud de un movimiento pendular demagógico que lo único que tiene por objeto es hacer que todo cambie para que nada cambie, y que los mismos permanezcan en el poder.

Si al anterior escenario, agregamos el control creciente del gobierno de Peña Nieto sobre el Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal y sobre el propio INE, que se puso de manifiesto en las pasadas elecciones de Coahuila y del Estado de México, el actual proceso electoral es el campo de batalla entre una política de centro en la que Ricardo Anaya abandera la lucha del ciudadano medio desde una perspectiva plural, que aspira al bien común, y en el que el sistema priista muestra su peor cara: La demagogia populista.

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