Columnas la Laguna

MIRADOR DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Mi casa del Potrero es muy sencilla, y sin embargo, hay en ella más, mucho más de lo que necesito.

En el momento en que esto escribo, por ejemplo, soy perfectamente feliz. La tarde es friecilla y llueve un poco. Miro la lluvia en el huerto y bebo una taza de yerbanís. Ayer fuimos a la ladera del monte y buscamos bajo los pinos esta amable hierba de flores amarillas con la cual se hace un té que sabe y huele a bosque. Bebo a pequeños sorbos la infusión y miro las volutas del humo azul que sale de la taza. Se oye a lo lejos el fragor del trueno. Con perfecto sentido de la escena cae una flor del duraznero y traza en el aire un dibujo japonés. Y se acerca la noche poco a poco... Y me acerco a mí mismo mucho a mucho...

La tarde en lluvia, mi taza de yerbanís, y yo conmigo... Hay quienes se preguntan de qué está hecha la felicidad. Por lo que a mí hace hoy se hizo con esas tres cosas. Más no necesité.

¡Hasta mañana!...

A esa muchacha le decían "La 10 para las 2". En esa posición tenía las piernas casi siempre... Un hombre se fue a confesar con un curita joven. Le dijo: "Me acuso, padre, de que deseo a la mujer de mi prójimo". Preguntó el confesor: "¿Y pones en obra tus deseos?". "No-respondió el individuo-. Me limito a desearla con el pensamiento". "Pues eres un pendejo -le indicó el sacerdote-. La penitencia es la misma"... Llorosa y compungida Dulcibella le dijo a su mamá: "¿Recuerdas, mami, que mi padre y tú me explicaron todo eso de las florecitas y las abejitas?". "Así es -se inquietó la señora-. ¿Por qué me lo preguntas?". Dulcibella rompió en llanto: "¡Porque la abejita ya me dio un piquetito!"... Supongamos por un momento -o dos- que tuviera yo facultades para modificar los reglamentos interiores de ambas Cámaras, la de Senadores y la de Diputados. Añadiría un artículo que obligara a todos los legisladores a asistir cada lunes a la ceremonia de honores a la bandera en una escuela primaria. Muchas evidencias me llevan a suponer que esos señores y señoras piensan en todo cuando sesionan -en su propio interés; en su partido; en todo-, menos en México. Una vez por semana deberían oír el Himno Nacional entonado por voces infantiles, y la recitación de algún poema en que se habla de la patria y de sus héroes, y mirar a los niños o niñas de la escolta cuando llevan la bandera con reverencia y ufanía. Anticuados parecerán a algunos esos sentimientos, pero muchos de los males que padecemos vienen de que no amamos a nuestro país ni alentamos el legítimo orgullo que deberíamos sentir al llamarnos mexicanos. ¿Piensan acaso en México nuestros representantes cuando andan en sus conciliábulos o camarillas; en sus sinuosas transas de política; en sus cópulas de cúpula? Ya se ve que no. De mí sé decir que cada vez que enciendo mi computadora para escribir pienso en mi Patria (también pienso en el recibo de la luz). Cada semana, o por lo menos al empezar el período ordinario de sesiones, hagan nuestros representantes lo que modestamente les propongo: vayan a una escuela -algunos de ellos lo harán por primera vez, pero no importa- y observen la ceremonia de la bandera. Así quizá recordarán que son mexicanos antes que ser príístas, perredistas, panistas, morenistas, petistas, pesistas, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera. Una empresa comercial publicó un aviso en el periódico solicitando un experto en computación. Entre los aspirantes al cargo estaba un perro, salchicha por más señas. El jefe de personal se asombró al verlo, pero el caniche habló y le dijo que tenía una maestría en sistemas computacionales. Más estupefacto aún por oír hablar al perro el encargado accedió a ponerle la prueba que iba a aplicar a los demás. No sólo la presentó el salchicha: obtuvo entre todos los examinados la calificación mejor. "Lo felicitó -le dijo el jefe de personal-. Pero dígame: ¿habla usted un segundo idioma-. Respondió el perro: "Miau". Florenciana, estudiante de enfermería, gustaba de practicar en forma asidua el sexo, y lo hacía con Pedro, Juan y varios, pero se negaba terminantemente a tomar la píldora anticonceptiva. Una compañera suya le dijo que su modo de actuar era riesgoso. "¿Por qué?" -preguntó ella, desafiante. Respondió la otra: "Porque estás practicando la licencia sin medicina". Don Cornulio recibió en su casa un amigo suyo, norteamericano, que no hablaba bien el español. Le pidió: "Acompáñame a la lavandería. Debo sacar de ahí una caja de cascos de refrescos, y están muy pesados". Comentó el norteamericano: "Yo suponer que esos cascos ser suyos, porque todo mundo decirme a mí que su mujer de usted ser de cascos ligeros"... FIN.

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