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México y la lucha geopolítica

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México y la lucha geopolítica

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ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

El intercambio entre sociedades no es un fenómeno reciente, como comúnmente se cree. Podemos ubicar el inicio de las relaciones internacionales en un momento tan lejano como el siglo XXIII antes de nuestra era, cuando Sargón I funda el primer imperio de la historia, el Acadio, y establece contactos relativamente frecuentes con el Reino Antiguo de Egipto y las ciudades estado del Valle del Indo. Desde entonces, los contextos de las relaciones se fueron ampliando hasta abarcar en el siglo II buena parte del continente euroasiáticoafricano, en lo que algunos historiadores conocen como la era de los imperios, con Roma, Partia, India y China como las grandes potencias de la época. El eje rector de ese sistema internacional era la Ruta de la Seda, terrestre y marítima, gracias a la cual mercancías, personas, ideas y costumbres circulaban en un sentido y otro, lo que ocurrió con mayor o menor frecuencia, pero casi sin interrupción, hasta el siglo XIII, cuando el Imperio mongol conquistó buena parte del mundo conocido y Europa comenzó a despuntar económicamente, primero con las ciudades estado italianas, luego con los primeros estados nación.

Con la expansión europea iniciada en el siglo XVI, el sistema poco a poco se volvió mundial hasta abarcar hoy todo el orbe. El capitalismo ha sido el gran motor de esta extensión e integración. Pero hoy, ese sistema está cambiando. La hegemonía de la cuenca del Atlántico Norte (Europa y Estados Unidos) ha encontrado en Eurasia (China, Rusia e India) un fuerte competidor. Y en medio de estos cambios existen, como han existido en otras épocas críticas, corrientes o tendencias geopolíticas que se mueven y chocan, y que bien vale la pena identificar, sobre todo ahora que México, un país periférico del cambiante sistema mundial, se encuentra ante la elección más importante y compleja de su historia reciente.

La primera lucha identificable se encuentra en el plano económico. El libre comercio, paradigma de los últimos 30 años, se enfrenta hoy a una oleada de proteccionismo encabezada por Estados Unidos, país que paradójicamente fue el principal impulsor de la apertura comercial bajo la doctrina del neoliberalismo dictada en los años 80 por Ronald Reagan y Margaret Tatcher. Curiosamente hoy quien pretende enarbolar la bandera del libre comercio internacional es China, comunista en lo político, pero con una clara tendencia económica de capitalismo de estado. Y no es para menos, ya que el gigante de Asia ha sido uno de los más beneficiados con ese libre comercio, aunque dentro de su territorio no exista la apertura que se ve en Occidente a la inversión procedente de otros países. El estado ejerce un estricto control sobre la economía que apunta a ser ya la más grande del mundo.

En el terreno sociopolítico, hay una clara confrontación entre una creciente visión nacionalista, xenófoba y conservadora y una postura de defensa a la globalización, pluralidad y el liberalismo progresista. Quienes forman parte de la primera han tenido con los triunfos de Donald Trump en Estados Unidos, y del Brexit, en Reino Unido, los pretextos perfectos para irrumpir sin reparos en la escena pública. Se trata de grupos que exigen y defienden el blindaje de las fronteras y la aplicación de políticas migratorias más duras; que son abiertamente discriminadores y contrarios a la ampliación de derechos de los homosexuales y las mujeres, por ejemplo, en temas como el aborto, los matrimonios igualitarios o la adopción de niños por parejas del mismo sexo. Los defensores de la segunda postura impulsan políticas de aceptación e inclusión de poblaciones migrantes, reconocimiento legal de la diferencia, empoderamiento femenino y equidad de género.

En el plano de los regímenes de gobierno, nuevamente chocan los partidarios de la democracia, con todas sus incertidumbres, y los defensores de la estabilidad, aunque sea bajo la mano dura de la autocracia. Ahí están como ejemplos claros las naciones de Europa occidental y América del Norte, que atraviesan por momentos de agitación política por la irrupción de antiguas fuerzas que estaban dormidas o poco visibles y nuevas estrategias de manipulación soportadas en las tecnologías de la información, y los regímenes como el de Rusia, sustentado en un solo hombre, o el de China, soportado en un partido, que restringen libertades políticas y sociales en aras de la estabilidad y la seguridad nacional. El éxito que han tenido hasta ahora éstos últimos en su reposicionamiento geopolítico y económico les ha brindado la posibilidad de convertirse a los ojos de muchos en alternativas viables a la incertidumbre democrática de las potencias occidentales.

Por último, en el ámbito de la diplomacia y las relaciones internacionales, el enfrentamiento entre unipolaridad y multipolaridad es cada vez más fuerte. Mientras la Unión Europea y Estados Unidos abogan por un mundo regido por los principios e intereses de Occidente, China y Rusia pugnan por un mundo en donde quepa una diversidad de visiones y hegemonías regionales, una suerte de respeto a los espacios vitales de cada potencia. Lo que ocurre en Ucrania, Siria y Corea del Norte ejemplifica muy bien esta disputa. Mientras las potencias occidentales, principalmente Estados Unidos, asumen como obligación moral defender "la libertad y la democracia" ahí en donde ellos consideren que está en riesgo, las potencias euroasiáticas reclaman como suyo el derecho de velar por sus intereses en su entorno más próximo, aunque su esfera de influencia se ha ido ampliando hasta alcanzar todo el orbe.

Es en medio de este contexto de lucha geopolítica que deben analizarse fenómenos como la creciente competencia económica, la incipiente guerra comercial, el aumento del militarismo y la guerra ciberinformativa y propagandística que se vive cada vez con mayor frecuencia y evidencia. Es importante no perder de vista todas estas variables y observar detenidamente cuáles son las posturas que asumen frente a ellas los candidatos a la presidencia de la República. Porque si bien México tiene problemas internos muy fuertes que debe resolver -corrupción, inseguridad, informalidad, pobreza-, no puede abstraerse de lo que está ocurriendo en el mundo ni mucho menos evadir y fijar una posición en el reacomodo geopolítico.

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