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NOSTALGIA

ALEJANDRO TOVAR

Dicen los más viejos del Club San Isidro, que ya pardeando la tarde se juntan en su añeja cancha un grupo selecto de hombres que visten de verde y blanco, que no tienen consigo el lenguaje de los sueños, solo son fantasmas de muertos que dejan su sepultura y fabrican con su futbol, con palabras que no se dicen y gestos que lo dicen todo, una ronda en compromiso con su espíritu.

Dicen que todos los presienten pero no cualquiera puede verlos, solamente aquellos que como judíos en campo de concentración nazi, llevan un sello en el pecho que los distingue como socios especiales. No conocen a todo el plantel pero identifican a Gato Gómez, Emilio Aldrete, Esteban Méndez, Mario Cordero, Lalo Castro, Perico Borrego, Luis Vázquez, Gringa Vega, Jaime Yassín, Octavio Gómez, Isaac Plata, Gato Cervantes, Rudy Álvarez, Tepa Gómez, Gerardo Lupercio y no saben si el técnico es Pito Pérez o Felipe Castañeda. A todos los atiende Mustafá Yassín, que siempre está bromeando.

Esos hombres, junto con otras posteriores generaciones crearon la adicción de millares al juego y eran mitad ingenio y mitad corazón de león. Ya pocos los recuerdan porque hoy se ha renovado el sello de los seguidores, por razón natural del tiempo y a 50 años del ascenso de Laguna, vamos quedando pocos para seguir palpitándolo como si fuera ese día, que aprendimos a ser felices.

La vida poco a poco funde sus pilas, vivimos con más coraje que estrategia pero no podemos olvidar a esos hombres que fundieron la cancha de San Isidro. Parece verse a Mercado en sus tiros libres. Le pegaba con la punta de su zapato derecho, dos veces al pasto y luego sacaba disparos que 10 veces se clavaron en la red en 1968. La gente guardaba silencio en el rito, luego estallaba.

Lupercio jugaba agazapado en el área, como el poeta que siempre vive asomado al abismo. En dos metros encontraba el sitio de la cita con la pelota con una agudeza mental sobria y clara, con leones de compañeros, porque el futbol genera realidad y ficción, mientras ese público maravilla aprendía trucos nuevos, con ojos subyugados y hondos donde no se empaña la eterna curiosidad.

Este juego nos llevó hasta dos escenarios posteriores, el viejo Corona donde podía ir la familia y los chicos de las maquilas que ahora tienen vedado todo por culpa de la economía titubeante donde primero es comer que ser cristiano. Luego el moderno TSM, plaza de elitismo, donde hemos visto épocas de dioses, batallas, héroes y aprendimos a enfrentar los miedos con dignidad.

Todos los viejos que vivimos en el club de las segundas oportunidades deberíamos tener un sitio esas tardes de San Isidro para ver a los antiguos héroes, una puerta abierta a la nostalgia y no otra a la realidad cuando Mr. Siboldi mencione que "hay una derrota a tiempo, que viene bien", cuando el ambiente merece, para marginados en duros tiempos de vida espartana, una prosa más poderosa, llena de imágenes que nos transporte a descifrar el mundo de interrogantes.

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