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Guerra de falsedades

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Las falsedades forman parte integral del juego político desde antes de la eclosión de las redes virtuales e, incluso, de la Internet. Las llamadas noticias falsas son sólo una nueva modalidad tecnológica de algo que ha estado presente desde hace décadas en la política: la mentira. Creer que las "fake news" son un fenómeno nuevo y sin antecedentes que está poniendo en riesgo hoy a la democracia, es ver sólo una escena de la película completa. Si las noticias falaces han proliferado es porque han resultado efectivas para quienes las promueven. Y si han resultado efectivas es porque existe un caldo de cultivo propicio en la sociedad.

El tema es cada vez más recurrente en los espacios mediáticos: la propagación de "fake news" representa un peligro para los regímenes considerados democráticos. Dentro de la categoría de "fake news" se incluyen medias verdades, información tergiversada, calumnias y difamaciones, señalamientos sin sustento, hechos dolosamente manipulados, propaganda mentirosa, promesas inviables y declaraciones irresponsables. Como si todo esto fuera característico y exclusivo de las redes virtuales, las cuales, en todo caso, se han convertido en el amplificador más sofisticado de dichos vicios.

El concepto mismo de noticias falsas ya de por sí es polémico. Quien lo puso en boga fue el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuando estaba en campaña. Y lo utilizó -y lo sigue utilizando- para atacar a los medios más críticos con su gestión y su persona. Paradójicamente, el término es usado también por esos medios críticos para señalar a quienes, con estrategias tecnológicas muy sofisticadas, dentro y fuera de la Unión Americana, ayudaron a Trump a convertirse en la cabeza del país más poderoso del mundo. Trump, un político que ha hecho de la mentira una de sus principales armas.

Esta confusión y uso a conveniencia del término también ha permeado en México. Pero no es tan difícil encontrar la explicación si revisamos lo que ha pasado con la política nacional en las últimas décadas. Como decía al principio, la mentira es desde hace tiempo un ejercicio sistemático de quienes detentan o se disputan el poder. Veamos si no. Es sorprendente la facilidad con la que quienes gobiernan mienten a sus gobernados. El catálogo es amplio: compromisos que no se cumplen, proyectos que no cubren las expectativas generadas, recursos que no se invierten o se desvían, plazos de obras que se prorrogan, cifras "maquilladas" a discreción, ocultación de información, negación de realidades evidentes, y un largo etcétera.

Pero no sólo los que detentan un cargo ejecutivo en alguno de los tres niveles de gobierno mienten. También se miente en el poder legislativo con acusaciones sin fundamento, diagnósticos sin sustento, discusiones estériles, señalamientos inconsecuentes. El debate político entre oposición y oficialismo suele estar marcado por la falsedad de entre quienes consideran a un gobierno culpable de todos los males que aquejan a una sociedad, y quienes ven a ese mismo gobierno como un ente sin mácula que todo lo ha hecho por el bien de los ciudadanos.

La apoteosis de la mentira política son las campañas electorales. Los candidatos, en general, prometen cosas que de antemano saben que no pueden cumplir. Muchas de sus propuestas están basadas en diagnósticos marcadamente tendenciosos o incompletos. Las denuncias que lanzan contra sus adversarios, aunque graves, la mayoría de las veces carecen de pruebas y, por ende, rara vez son llevadas hasta sus últimas consecuencias. Se violan las leyes electorales, aunque en la retórica se defienda la legalidad desgarrándose las vestiduras. Lo importante es sumar votos, aunque para ello haya que actuar irresponsablemente.

En nuestro modelo político hay todo un ecosistema propicio para la mentira desde hace años. Y esto sólo es posible porque hay un electorado que consume las falsedades. La primera de ellas: creer que el voto es suficiente para transformar una sociedad. Luego, pensar que una sola persona puede resolver todos los problemas de la República y hacer de este país un mejor lugar para vivir. Después vienen todas las demás. Las "fake news" son consecuencia de esta dinámica en la que la incultura política, la ausencia de crítica y autocrítica y la falta de práctica y responsabilidad en la discusión democrática son factores determinantes.

Pero también hay un hecho incontrovertible: la factura de la mentira es muy baja. El costo de mentir en política es muy barato por no decir inexistente. Un político dice falsedades de forma recurrente porque puede hacerlo. Porque no va a pasar nada. Porque al final dentro de ese juego político todo es negociable. El fin justifica los medios y la sociedad, en general, permite que esto siga ocurriendo, incluso a sabiendas de que se le está mintiendo. Y en este contexto, las noticias falaces son sólo una etapa más de la vieja guerra de falsedades que lastra a la democracia.

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