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La extensión del camino

JUAN VILLORO

Desde octubre de 2017 el Concejo Indígena de Gobierno y María de Jesús Patricio Martínez recorren el país para articular las propuestas de los pueblos originarios y conocer sus problemas de primera mano. El motivo coyuntural de esta actividad consiste en recaudar firmas para que Marichuy esté presente en la boleta electoral como candidata independiente a la Presidencia. Sin embargo, el movimiento tiene miras más amplias: cambiar el país en su conjunto. No se trata, pues, de una lucha electorera, sino de una invitación a imaginar otras formas de convivencia y a organizar redes para defenderlas.

Esto explica que durante más de cuatro meses los itinerarios de Marichuy no hayan seguido las rutas obvias de los candidatos que confunden las voluntades con las estadísticas. En vez de privilegiar las ciudades, donde es más fácil recaudar firmas, la comitiva indígena prefirió ir a sitios remotos a escuchar voces que no han sido oídas. Lupita Vázquez, concejala que sobrevivió a la matanza de Acteal, lo ha dicho de manera inmejorable. Al encontrarse con la ciudadanía, el CIG no regala gorras ni mochilas: comparte dolores.

Marichuy carece de los recursos con los que cuentan los profesionales de la intriga que, al no encontrar la nominación oficial de sus partidos, decidieron travestirse como "independientes".

Los partidos políticos y el INE han diseñado una democracia para ricos. Las firmas deben ser obtenidas en un teléfono celular de gama media que cuesta más de tres salarios mínimos y se exige alcanzar el uno por ciento del padrón electoral en al menos diecisiete estados. Para hacer campaña en todos esos sitios sería aconsejable tomar aviones, pero los recursos de los pueblos originarios no tienen que ver con lo aconsejable.

Los recorridos del CIG y su vocera se han hecho por tierra, en condiciones muy castigadas, salvando grandes distancias a deshoras. No es la táctica ni el sentido de la "oportunidad" lo que determina esas travesías, sino la necesidad de oír a los más alejados.

El 14 de febrero la camioneta donde viajaba Marichuy se volcó en pleno desierto, en la emblemática carretera federal 1. El accidente dejó un saldo muy grave. Eloísa Vega Castro, de la Red de Apoyo a Marichuy en Baja California Sur, falleció con el impacto; el concejal Francisco Grado sufrió lesiones severas y Marichuy, la fractura de un brazo.

La caravana se encontraba entre El Vizcaíno y San Ignacio, uno de los muchos sitios solitarios de México que carecen de todo contacto con la modernidad. La ciudad más cercana era Guerrero Negro, que debe su nombre al barco pirata que encalló ahí hace mucho. Ahí, las ballenas grises van a tener sus crías y los trabajadores juntan sal para satisfacer el apetito de los japoneses al otro lado del mar.

La Marina envió un avión para socorrer a los heridos, que no pudo aterrizar en Guerrero Negro porque la pista carecía de iluminación. Fueron necesarios dos helicópteros blackhawk con visión nocturna para conducir a los heridos al Hospital Salvatierra de La Paz. Entre el accidente y la llegada a la clínica transcurrieron casi doce horas. El encomiable operativo de rescate evidenció lo difícil que es actuar en situaciones de emergencia en las áreas más aisladas de un país donde estar lejos es menos un atributo de la distancia que de la pobreza.

Hace unas semanas, la camioneta de prensa que acompañaba la caravana de Marichuy sufrió una emboscada en Michoacán al atravesar una región controlada por el grupo criminal Los Viagras. La vocera y su comitiva se habían aventurado en ese territorio para reunirse con representantes de la comunidad purépecha.

Algo queda claro en estas desventuras. Los más pobres arriesgan su vida para participar en comicios que para otros son un trámite burocrático. Hace poco, el músico de rock Guillermo Briseño me preguntó: "¿Has visto en las calles, las plazas o los parques ciudadanos que pidan firmas para El Bronco o Margarita Zavala?". Desconocemos al ejército que ha sido contratado para favorecer a los políticos profesionales.

Mientras tanto, los indígenas dan la cara y no se detienen. Su meta se extiende más allá del 19 de febrero. "Vamos lento porque el camino es largo", han dicho los zapatistas.

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