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Cuatro pruebas

DENISE DRESSER

Andamos melancólicos, heridos, escépticos. Todos los días presenciamos una denuncia irritada, una miscelánea de malestares. El desencanto se adueña de la plaza pública, de las campañas, de los votantes, de los mexicanos en busca de alguien en quién creer; en busca de algo a lo cual asirse. Llevamos ya años de fórmulas probadas y recetas fallidas, de emular las mejores prácticas mundiales y ver cómo México las tritura. Transitamos de la esperanza con la cual comienza cada sexenio, a las insuficiencias que demuestra su final. "México ha soñado de más y conseguido de menos", sentencia Héctor Aguilar Camín.

La nuestra, hoy, una democracia sin demócratas. Una partidocracia rentista. Un gobierno federal endeble y una colección de gobernadores impresentables o encarcelados o prófugos. México, país maquiladora de millonarios pero incapaz de producir salarios dignos para una clase media decente o disminuir la desigualdad lacerante. Y la cuenta de equivocaciones colectivas es cada vez más larga, más obvia. El reto entonces reside en las respuestas. ¿Dónde, de qué manera, en quién encontrarlas?, como plantea el libro ¿Y Ahora Qué? México ante el 2018. Esa pregunta esencial a la cual los candidatos presidenciales parecen no saber contestar. Brincan de ocurrencia en ocurrencia, de spot ridículo en spot ridículo, de propuesta inviable a propuesta execrable. Amnistías anticipadas, catálogos de medidas trilladas para combatir la corrupción, vaguedades elípticas en vez de razonamientos claros.

De Meade sabemos que tiene una esposa amable; de AMLO sabemos que ahora se autodenomina Andrés Manuelovich para desviar la atención sobre el papel de Rusia en México; de Anaya sabemos que toca la guitarra y lleva a sus hijos a la escuela. Mientras la investigación sobre los Panama Papers continúa pendiente, mientras la SHCP chantajea a Chihuahua por evidenciar la corrupción priista, mientras Odebrecht sigue siendo un hoyo negro, mientras la Ley de Seguridad Interior llega a una Suprema Corte que determinará su constitucionalidad con una bota militar en el cuello. Mientras los dolorosamente reales problemas de México se recrudecen: el Estado de derecho intermitente o colapsado, la gobernabilidad democrática en riesgo, la seguridad pública militarizada. Y un largo etcétera. México con la mitad del cuerpo hundido en el subdesarrollo y la otra mitad pugnando por salir de ahí.

Yo antes pensaba que los principales retos tenían que ver con la concentración económica, la economía oligopolizada, la falta de competencia, el capitalismo de cuates. Antes creía que la explicación detrás de nuestro perenne subdesempeño yacía en el subsuelo, en la estructura económica. Bastaba entonces con nivelar el campo de juego y contener privilegios y regular monopolios; crear las condiciones para un capitalismo de terreno nivelado. Ahora reconozco que eso ha sido insuficiente. De poco sirve cambiar leyes si fracasa su instrumentación: de poco sirve crear reguladores autónomos si terminan capturados. De poco sirve emprender acciones pro competencia si acaban en las cortes, juzgadas y desechadas por jueces o ministros incompetentes o sobornados. La corrupción es sistémica, la impunidad está asegurada, el pacto tácito de protección permanece y todos los partidos lo suscriben.

Dado que la compostura de México pasa por combatir el abuso, el fraude, los malos manejos, la triangulación de recursos y la judicialización de todos estos temas, propongo someter a los candidatos presidenciales a cuatro pruebas. Pruebas como las de Job y Abraham y Moisés y Mateo en la Biblia. O como la de Stanford-Binet para medir el IQ. O como el SAT para entrar a la universidad. O como el LSAT para ir a una escuela de derecho. Apliquemos una prueba aquí, ahora, para definir si y de qué manera los candidatos presidenciales encararían los temas de nuestro tiempo. Que digan a quiénes nombrarían a las dos vacantes que se avecinan en la Suprema Corte. Que digan a quién nombrarían al frente del SAT. Que digan a quién nombrarían para encabezar la Unidad de Inteligencia Financiera de la SHCP. Esas cuatro designaciones, esas cuatro pruebas revelarían lo que necesitamos y urge saber: ¿Cuánto están dispuestos a hacer y a cambiar y a investigar y a sancionar? ¿Quién es quién? Cuatro comprobaciones imperiosas para separar a los hombres de los niños, y a los estadistas de los eunucos.

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Escrito en: Denise Dresser

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