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Las confusiones electorales en México

JULIO FAESLER CARLISLE

Hay un pesado ambiente de confusión extendido en amplias capas del electorado mexicano que desde ahora se alista para revelar sus esperanzas en las urnas el próximo primero de julio.

En los cinco meses que faltan todos debemos haber llegado a decidir qué candidato o cuál partido queremos que se lleve el azaroso premio de ejercer la Presidencia de la República. Ese no pequeño triunfo habrá concentrado toda la energía de que nuestra sociedad sea capaz de canalizar a través de la maraña de reglas, requisitos y filtros de seguridad para por fin llegar al momento de ejercer el poder supremo de la Democracia.

En qué condiciones, y con qué ánimo llegará el votante a ese domingo electoral después de cinco meses de asedio por la televisión la radio, la prensa conocida y la improvisada, los medios convencionales y supletorios, transmitiendo noticias reales o falsas, repletos y rebozantes de propuestas, slogans, cancioncitas, entrevistas formales o de banqueta, mesas redondas, denuncias henchidas de loas con su gama de sentencias y alardes y prolegómenos diseñados para llevar al elector a la sencilla mampara de control para que tras de ella deposite su voto.

Fatigado física y mentalmente, pero más grave aún, confuso y confundido en medio de las propuestas y desacreditamientos cruzados por todos y entre todos. El largo período en que se desenvuelvan las campañas electorales le habrá parecido, además de eterno, un terrible dispendio de recursos que la ley requiere y que el electorado costea y desembolsa.

El torbellino sumado de las campañas habrá aumentado la amplitud de la confusión mediática hasta el grado de impedir que el que la padece pueda llegar tranquila y sensatamente a una definición racional de las opciones que enfrenta y, por ende, una decisión sobre el mejor candidato. La marejada de mensajes simultáneos hará más intenso y doloroso el peso de la confusión que agobie su sentimiento patriótico.

Por ahora, a fines de febrero, es prematuro juzgar la marcha de las campañas, sean de los precandidatos listados en partidos o las de los independientes. Ninguno ha pasado de la etapa de pronunciamientos previos, promesas propias o descalificaciones de sus contrarios. Los ofrecimientos han sido todavía sin suficiente fundamento y sin sustancia real. Sin embargo, ya deberían distinguirse, al menos en grandes trazos, los rasgos generales de los respectivos planes de gobierno.

Pese al clima de confusión que envuelve la frenética actividad política de este momento pueden irse perfilando los propósitos de ciertos contendientes. Al hacerlo sorprende la distancia que puede separar el discurso de algunos candidatos de las posiciones conocidas de los partidos que los postulan. Por esta razón es importante notar con qué frecuencia los discursos de los candidatos toman de las plataformas conocidas de sus partidos. Es interesante una alianza de dos o tres partidos que podría intentar sumar las convicciones de sus integrantes, ciñiendo y limitando las declaraciones de sus varios candidatos a un muy estrecho corredor de comunicación.

Hay temas como los relativos a la pobreza del pueblo mexicano, los amagos a su seguridad o el de la interminable letanía de corrupciones se han instalado en todas las facetas de la vida nacional. Estos son los asuntos que no causarán problemas a los candidatos de una coalición, que, por otra parte, tendrán que pisar con cuidado asuntos en los que no haya coincidencias entre los partidos coaligados. Un partido que no va en alianza no tiene tal necesidad. Un partido, el PRI, es el que anuncia que va solo a la contienda. Sus candidatos no tienen que respetar otras ideologías. Su problema está en no tener ninguna. La ventaja la tienen los partidos que sí poseen una doctrina definida. Ahí, su problema está en que aún no la han hecho valer.

Los cinco meses que aún faltan deben ser aprovechados por cada candidato para ofrecer al electorado las ideas centrales de su visión del país y del mundo que sirvan para limpiar de tanta confusión el aire que se respira este año en la política. El elector debe llegar a la urna convencido de su preferencia y reflejarla con valentía en su boleta.

Es una tarea para todos.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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