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Apocalipsis a la mexicana

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Mientras los precandidatos a la Presidencia de la República simulan que hacen campaña sólo para los militantes de los partidos que los van a postular, cuando en realidad envían mensajes al electorado en general y, con eso, violan las leyes, los cuatro jinetes del Apocalipsis a la mexicana mantienen su paso inexorable en la agenda pública con escándalos y nuevas cifras que confirman la complejidad de este país y sus problemas. Corrupción, violencia, vulnerabilidad económica y pobreza son desde hace tiempo y como nunca los principales desafíos del Estado-nación más débil de América del Norte. Y esto es así pese a todas las promesas y presuntos esfuerzos de una clase política que no deja de decepcionar a la ciudadanía que dice representar.

Uno de los dos jinetes que en los últimos años más titulares ocupa en los medios formales e informales es la corrupción. Basta con revisar las primeras dos semanas de este 2018 para darse cuenta de lo grave del problema. Desde los señalamientos investigados en Chihuahua que involucran al exsenador coahuilense Alejandro Gutiérrez y a la propia Secretaría de Hacienda en un esquema de presunto desvío y triangulación de recursos públicos para beneficio del PRI en las campañas de 2016, hasta la falta de explicación en Coahuila del destino de 410 millones de pesos para supuestamente pagar servicios y obras de empresas consideradas "fantasma", pasando por el posible uso de recursos del erario de Veracruz en el gobierno de Javier Duarte para beneficiar la campaña del hoy presidente Enrique Peña Nieto. En el ámbito más próximo, con el cambio de administración en el ayuntamiento de Torreón han salido a la luz presuntas irregularidades en la nómina municipal, desde "aviadores" hasta funcionarios y sindicalizados que se subieron el sueldo de forma discrecional, y en la instalación de equipo de videovigilancia por varios millones de pesos que hoy no se sabe en qué fueron a parar. Y esto es sólo en 14 días. Se necesitarían planas completas para dar cuenta de todos los casos en este sexenio que incluyen, por cierto, a personajes de todos los partidos principales.

La corrupción comparte reflectores con la violencia, ese jinete que con su espada de plomo ha segado la vida de cientos de miles de mexicanos y mutilado a decenas de miles de familias desde el sexenio de Felipe Calderón, y que lo hace cada vez con mayor fuerza conforme se profundiza la militarización de la seguridad pública, una estrategia que, por alguna razón que habrá de estudiarse a fondo, no ha funcionado para pacificar al país y frenar el poder del crimen organizado. Violencia contra hombres, mujeres y niños; contra curas, políticos, periodistas y activistas de Derechos Humanos. Violencia entre cárteles y de cárteles hacia autoridades y sociedad. Violencia desde el gobierno. Violencia entre ciudadanos y militantes de partidos rivales. Hoy es prácticamente imposible abrir un periódico, ver o escuchar un noticiario, consultar un portal de internet, sin encontrarse con una nota de asesinato, secuestro o atentado. La violencia en este país se ha normalizado a la par que el cáncer se ha convertido en metástasis sin que nada, hasta ahora, lo pueda frenar. Cuando las policías municipales se vieron rebasadas, entraron las estatales. Cuando éstas fallaron, llegó la Policía Federal y cuando ésta no puede, entran el Ejército y la Marina. ¿Qué va a pasar cuando las fuerzas armadas no sean suficientes? ¿A quién se le va a llamar?

La vulnerabilidad económica es un jinete que sólo de vez en cuando capta la atención que merece y lo hace casi siempre de manera fragmentaria. La volatilidad del tipo de cambio, motivada por la incertidumbre que provocan las políticas económicas de Estados Unidos, de quien México depende sobremanera, y traducida en una depreciación del peso que alcanza ya el 60 por ciento, es sólo uno de los síntomas de dicha vulnerabilidad. Hay que sumar una creciente inflación que roza ya el 7 por ciento, y una expectativa de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) que no logra romper la barrera del 2 por ciento. Este último dato es el más relevante, puesto que se trata del nivel de expansión que tiene el país y que sigue siendo insuficiente para incorporar a la población en edad productiva al aparato económico formal en niveles que por lo menos rebasen el 50 por ciento. El enanismo de la economía se configura como un síndrome que le impide abandonar el subdesarrollo. El cuadro se complica para este 2018 ante la posibilidad, cada vez mayor, de que Estados Unidos cancele el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que le ha permitido a México diversificar en parte su economía; pero, sobre todo, tras la reforma fiscal de Donald Trump que proporciona mayores incentivos al capital estadounidense para invertir allá y, por ende, no hacerlo en México. Para algunos analistas, lo que se configura es una tormenta económica perfecta.

Por último, cabalga al trote la omnipresente pobreza, que no solo se ha normalizado en México, sino que incluso se ha incorporado de forma perversa al sistema político a través de un clientelismo alimentado con recursos públicos en forma de programas asistencialistas. Cada año, el Estado mexicano en su conjunto destina miles de millones de pesos a lo que los gobiernos llaman estrategias de desarrollo social. Pero en vez de que dichos recursos sirvan para ayudar a las familias más pobres a dejar su condición de miseria, en el mejor de los casos sólo operan como paliativos sujetos al control de liderazgos partidistas. Pero la mayoría de las veces son utilizados para construir la base electoral de candidatos y partidos, para lo que se condiciona la ayuda y se establecen mecanismos de control y coacción del voto. Así, en lugar de fomentar la independencia económica de los beneficiarios, se afianza su dependencia con el gobierno o los partidos. Sólo en este marco se puede entender que, con todo lo que se ha invertido en desarrollo social en los últimos 20 años, México siga teniendo a prácticamente la mitad de su población en condición de pobreza.

Tras estos cuatro jinetes irán otros cuatro: los tres precandidatos de los principales partidos y sus aliados, más un independiente que se integrará a la carrera. ¿Qué propone cada uno de ellos para superar los cuatro grandes lastres del país? Y lo más importante ¿qué han hecho hasta ahora para construir una alternativa viable, más allá de pedir el voto? Si bien es cierto que es a Andrés Manuel López Obrador a quien se le cuestionan sus desplantes mesiánicos, ninguno de los que hoy buscan la Presidencia son ajenos a esa característica en virtud de que todos se asumen como la solución única a los problemas de México. Pero no se debe olvidar que antes de ellos ha habido otros que se han ofrecido igual y que, quienes lograron llegar al cargo, han contribuido a componer este cuadro cuasi apocalíptico. ¿Quién, o mejor dicho, quiénes se atreverán a romper el ciclo?

Twitter: @Artgonzaga

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