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La privatización del PRI

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

El priismo ya puede ir pensando qué hacer tras haber sido despojado de su partido.

Hoy, el Revolucionario Institucional no ampara, cobija ni impulsa al conjunto de su militancia, sólo a la nueva cúpula nativa o adoptiva del grupo Atlacomulco, los cuadros sometidos por interés propio o compartido, los técnicos disfrazados de ciudadanía sin ambición ni propuesta, así como a los residuos del calderonismo. La cúpula no suma: resta o transa. Y, sin importar el modo, exige asegurar el voto duro y tentar al blando.

Los ajustes en el equipo de la administración, el partido y la campaña envían un muy claro mensaje a la militancia tricolor: sólo quienes se dobleguen y disciplinen ante el grupo dominante del partido contarán con cierta posibilidad de participar en la lucha por el poder que, en la coyuntura, algo de sobrevivencia tiene.

Pese a la soberbia en la conducta, el titubeo en la expresión de la élite tricolor revela temor. Pavor a verse desplazada del poder o, quizá, a conocer por dentro la residencia del Altiplano o a vivir en fuga permanente y, claro, está resuelta a todo. Así y leal a su dogma neoliberal, decidió privatizar el partido y poner en práctica la política del miedo por el miedo a la política. Otro cantar, si todo fuera transar o canjear.

En la contienda electoral, el priismo en su conjunto ya no se juega la principal posición política de mando. La decisión de a quién postular les fue arrebatada y, ahora, está por verse si el beneficiario de ella la hace suya. El priismo sólo se juega su porvenir.

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Si al arranque de la administración sorprendió positivamente el carácter incluyente del Ejecutivo en la composición del gabinete y la coordinación legislativa, al cierre de su gestión llama la atención el carácter excluyente de su recomposición. (Ahí está la nota de Reforma, ayer en su portada).

Tras su victoria electoral, Enrique Peña Nieto pudo jugar a placer con las fichas durante su gestión. No lo hizo, las repartió y, aun cuando colocó cuñas aquí, allá y acullá, sumó e integró un equipo variopinto.

Ahora, sin embargo, ocurre lo contrario. El Ejecutivo recogió las fichas para sólo incluir a quienes le garanticen obediencia, lealtad es otra cosa. Hoy, el gabinete ya no incluye, excluye. No refleja pluralidad tricolor, sino unidad monocolor y la disciplina que demanda el jefe del grupo instalado en la administración, el partido y el equipo de campaña.

Son pocos los secretarios de Estado comprometidos con la investidura, la función y el servicio. Y son varios los secretarios dispuestos a servir al rejuego electoral, convirtiendo la dependencia a su cargo en ariete contra el adversario y respaldo al ungido. Desarrollo Social, tienda de campaña. Relaciones Exteriores, destapador del hoy precandidato. Y, ahora, hasta Hacienda busca su espacio en la contienda.

Los mismos coordinadores parlamentarios legislan en perjuicio -valga el absurdo- del Poder Legislativo y en beneficio del Poder Ejecutivo. No responden a la representación que ostentan, sólo a la voz del amo.

Más allá del supuesto interés por darle continuidad a las reformas estructurales, en aras del partido y el precandidato, la administración no repara en poner en peligro la estabilidad económica y política del país a sabiendas de su fragilidad. Qué importa la próxima generación frente a la próxima elección.

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En el partido tricolor, la salida de Manlio Fabio Beltrones y la entrada de Enrique Ochoa marcaron los nuevos tiempos del priismo.

No se quería más a un cuadro con liderazgo ni ideas propias y entonces, como algunos priistas dicen, a Beltrones le dieron un regalo o partido envenenado. La coyuntura requería de un subalterno dócil, atento a la instrucción. Un gerente dispuesto a conducirse como golpeador ante el contrario y como amanuense a la hora de tomar dictado. Un ruletero resuelto a ir a donde le indicara el pasajero o su patrocinador, bromean algunos priistas.

En ese esquema, la Asamblea Nacional salió a pedir de boca. Se botaron los candados que imposibilitaban al simpatizante José Antonio Meade y, curiosamente, al militante que hoy coordina la campaña, Aurelio Nuño. No deja de asombrar que el precandidato se declare -spot del Partido Verde- un ciudadano sin militancia ¡política! y un buen funcionario y postule como gran propuesta -spot del PRI- cumplir los buenos deseos a lo largo del año y no sólo al final. Un ciudadano sin ambición, militancia ni convicción política o un burócrata cumplido no garantiza un buen candidato, tampoco un buen mandatario y mucho menos a un estadista.

Dada la dirección del partido y el perfil del simpatizante postulado, al priismo le falta digerir otras sorpresas. La más reciente: hacer también suyo a un converso y golpeador profesional, un ex priista, un calderonista domesticado -no un panista rebelde- como el portavoz de su abanderado. La siguiente: regar la margarita o tolerar al bronco si les restan votos a ya saben quiénes.

Desde luego, por los servicios prestados a la cúpula, ya recibirán su fuero quienes cumplieron sin chistar la liturgia y los representantes de los negocios hechos desde la función pública.

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El grupo dueño del PRI practica la política del miedo hacia adentro y hacia afuera del partido, por el miedo a la política. A ver si el priismo se somete o se rebela ante la institucionalidad y la disciplina que hoy lo condenan.

 EL SOCAVÓN GERARDO RUIZ

"2018 es el año en el que vamos a consolidar las transformaciones que emprendió el gobierno del señor Presidente de la República, licenciado Enrique Peña Nieto, con el propósito de sentar las bases de un mejor futuro para el país". Eso escribe el secretario Gerardo Ruiz Esparza.

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