Soy homo viator, como decían los latinos. Un hombre que camina.
"Andamos mientras vivimos", escribió Manrique. Todos somos caminantes de la vida. A veces hallamos a nuestro paso sitios deleitosos; otras cruzamos por breñales erizados de espinas o por páramos donde no hay otra cosa más que la soledad. Pero seguimos caminando. No hacerlo sería lanzarnos al abismo; echarnos a morir a la orilla del sendero.
En ese largo caminar he perdido muchas cosas. Me he perdido a mí mismo. Pero por una misericordia que no entiendo, y menos aún merezco, no he perdido nunca la fe en la Virgen, ni el amor por ella. Vive esa devoción en mí a pesar de la soberbia y el cinismo, de la duda y de la transgresión.
Este día soy más peregrino que los otros días. Voy al santuario de Nuestra Señora a decirle cosas de enamorado: puerta del cielo, casa de oro, estrella de la mañana... Voy a ella con la misma súplica del niño huérfano que le tira de la falda a una hermosa dama y le pide que sea su mamá. Me oirá ella, lo sé, y me dará su amparo.
¡Hasta mañana!...