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ARTURO MACÍAS PEDROZA

PEREGRINACIONES GUADALUPANAS

Las peregrinaciones nos remiten a nuestras raíces nacionales. Hemos sido peregrinos desde que salimos de Aztlán, esa isla que marca el origen y el punto de partida de los antiguos mexicas, representación simbólica de la propia México-Tenochtitlan. El dios Huitzitl les ordenó que partiesen a encontrar el islote con la piedra, el nopal y en él un águila. Peregrino en hebreo significa transeúnte, emigrante. Como Abraham, el primero de los peregrinos, dejamos nuestra casa por un destino con esperanza. Desde nuestro nacimiento estamos en camino. Somos peregrinos en este mundo. Tomar el camino, hacerse peregrino, es separarse, dejar algo con el deseo de encontrar la tierra prometida pues sabemos que vivimos en tierra extranjera. En otros lugares del mundo hay peregrinaciones pero no con esa fuerza que une a la nación, de todos los niveles, de todos los sectores, de todas las edades. Es un hecho emblemático para los mexicanos que no puede faltar. El ruido, los tambores, la danza, los cohetes, son una invitación atractiva para venir a participar activamente a la peregrinación, a ser actores de ella y para hacernos disponibles a escuchar el mensaje que ha sido transmitido y que continúa vivo en la tilma de san Juan Diego.

La peregrinación es una experiencia espiritual, incluso si es ruidosa, basta ver la cara de los que participan en ella. Es la fuerza de la fe en nuestra vida. Vivimos lo que somos con todo nuestro ser. Ir en peregrinación es participar del mensaje de esperanza que llega a todo México. El peregrino no es un turista. Ve más allá de lo que le muestran los ojos. Ve la presencia de Dios, el amor de Dios. Al marchar, el peregrino hace un gesto que indica que algo le falta. Decide dejar todo para encontrar lo único necesario, Encontrar a Aquel que lo espera.

¿Por qué salir? ¿No está Dios presente por doquier? ¿Para que salir? ¿Para que sacrificarse? Es que hay lugares santos que entregan un mensaje. Incesantemente a lo largo de los siglos, aparecen esos lugares de encuentro, motivados por un acontecimiento, por un personaje especial, encontrarnos con estos lugares perpetúa la memoria de ese acontecimiento y celebran estos signos de esperanza venidos de lo alto. Al peregrinar a esos lugares vamos preparando nuestro corazón para encontrarnos con una historia sagrada, alimentamos nuestra fe y encontramos fuerzas nuevas para continuar el camino con mas ilusión, con más sentido, mas acompañados.

Este acto es un compromiso de todo nuestro ser. Dejamos nuestras ocupaciones para ir a una cita, allí donde Alguien nos espera. Dejamos de lado lo secundario y damos a entender con ello que sólo Dios basta. Le buscamos sólo a Él como nuestro único tesoro.

Ir en peregrinación es romper con una mentalidad de una persona sedentaria, para caminar libremente, es darnos cuenta que podemos organizarnos, que la apatía que muchas veces nos invade puede ser vencida si está suficientemente motivada, que somos más los que tienen un proyecto común, unos ideales comunes, que es una sola Patria en la que compartimos muchos valores profundos.

Viendo este fenómeno nacional actual y vivo que es el acontecimiento Guadalupano, nos regresa la paz, la esperanza. Porque no vemos sólo promesas para futuro sino signos concretos, palpables, poderosos. Es como esa mujer que espera tener un hijo, no como un deseo futuro o como parte de un plan de vida sino como una realidad ya presente porque ya está embarazada, y que por ello cambia necesariamente su modo de vivir. Así es la esperanza que nos anima a causa de estos acontecimientos que celebramos con peregrinaciones: es la realidad presente del futuro que cambia nuestra vida. No sólo espero encontrar a Alguien, sino también sé que Alguien me está esperando a mí. La esperanza no es esa ilusión banal de un futuro mejor, como la que se desea con las doce campanadas del nuevo año, sino que guarda estrecha relación con la estructura de la subjetividad humana volcada hacia la otra vida: los que peregrinamos sabemos que nuestra vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente.

El peregrinar es una llamada a cambiar, a hacerse disponible para dejarse encontrar, a desprenderse de lo que estorba, a dejarse interpelar su historia ante el mensaje que se le dirige en el lugar a donde acude, por eso requiere interioridad y espacio para gustar, contemplar, orar, adorar y acoger. Es una escuela de amor que nos invita a caminar juntos a la misma meta, al encuentro de la misma persona que nos espera, consolida los lazos fraternos mediante actos sencillos y concretos como compartir, ayudar, esperar, caminar al paso del otro.

Descubramos la profundidad que se manifiesta en las peregrinaciones que se dan en los santuarios guadalupanos de nuestra comarca, en sus veladoras y silencios que a veces se rompen con oraciones o cantos, en los diversos gestos místicos de la "sobada" o del "beso" de ternura ante la imagen, que expresan la unidad del afecto y de la cercanía, que unen a los peregrinos con la Divinidad y renueva su esperanza como una fortaleza que hace hoy realidad el futuro deseado, ya que genera estrategias y mecanismos que permiten comenzarlo a vivir ya. Peregrinando ponemos en movimiento una sinergia que nos ayuda a romper con nuestra rutinas limitantes y motiva a planear con prospectiva, un cambio radical en los diversos campos de nuestra vida. El sentirnos un pueblo "bajo la especial protección de la Virgen de Guadalupe" percibimos su presencia viva en nuestra historia nacional y personal y nos impulsa a buscar el progreso de nuestra patria por caminos de justicia y de paz.

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