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Meade S. A. de C. V.

JUAN VILLORO

El PRI se adelantó a la Navidad y le hizo un magnífico regalo a Andrés Manuel López Obrador. Al destapar a José Antonio Meade, que no milita en el partido, renuncia a sus propias fuerzas. Lejos del trato político y más lejos aún del carisma, el secretario de Hacienda aparece como el candidato de los mercados. Con todas las condiciones para ser gerente, no califica como mandatario.

La propuesta de López Obrador hace pensar en una nostálgica restauración del viejo PRI, partido en el que inició su trayectoria: un echeverrismo que no llega a cardenismo. En 2006 fue la mejor opción para la Presidencia y en 2012 la menos mala. Ahora está a punto de convertirse en el único político real de la contienda.

En forma extraña, Mancera se ha convertido en un precandidato de uniforme, que no se quita el chaleco con las siglas CDMX en un país que no usa chalecos. Con esa pinta de aficionado a la NFL busca la candidatura conjunta del PRD y el PAN. También él es apartidista, lo cual lleva a preguntar: ¿hay un militante en la sala? El insólito López Obrador, que ya fue "presidente legítimo" en su mente, llegará a la boleta como el proteico candidato de tres partidos: el PRI "legítimo", el PRD "legítimo" y Morena única y legítima.

Sus declaraciones recientes indican que no piensa cambiar sino revisar planes estructurales. En lo fundamental, la macroeconomía seguirá idéntica y los recursos para el gasto social se obtendrán combatiendo la corrupción al interior del gobierno. En suma: el mismo modelo con otra pintura. Imposible asociarlo con una izquierda real.

Como jefe de Gobierno de la Ciudad de México, López Obrador renunció a prolongar las obras del Metro y construyó el segundo piso del Periférico en beneficio de los dueños de automóviles. Astuto conductor en las calles de la política, activa la direccional a la izquierda para dar vuelta a la derecha.

En 2006, una campaña difamatoria lo presentó como "Un peligro para México". Esta imagen se ha revertido a tal grado que resulta difícil atribuirle iniciativas radicales. Ya atemperado, se acerca a la Presidencia, que acaso su ánimo repudia, pues una y otra vez ha preferido el papel de denodado luchador social que el de estadista. Pero la realidad, que en México puede ser sinónimo del PRI, lo ha convertido en hombre de la circunstancia.

Volvamos a Meade. Roberto Morris escribe con acierto en Vanity Fair que "tendrá la tarea de defender los resultados de los últimos treinta y siete años de gobiernos tecnócratas. Su discurso es predecible -estabilidad macroeconómica, baja inflación, reformas estructurales, etc. Sin embargo, también tendrá que explicar cómo es que aun con un incremento de 800% en materia de comercio exterior, a partir de la firma del TLCAN, México sigue con los mismos niveles de pobreza y corrupción que en 1992, antes de que el tratado entrara en vigor". A esto hay que agregar que la brecha de la desigualdad ha aumentado considerablemente. De acuerdo con la investigación que en 2015 Gerardo Esquivel Hernández preparó para Oxfam México, el 1% de la población concentra el 21% de la riqueza y el 10% concentra el 64%. Estas cifras oprobiosas van en contra de la tendencia mundial: de 2007 a 2012, la cantidad de millonarios en el planeta disminuyó en 0.3%.

Las estadísticas de la desigualdad representan el sistema -¿debemos decir la empresa?- que defiende Meade. Los militantes del PRI saben que lo que es bueno para Walmart no necesariamente es bueno para México. Y no sólo eso: ¡no es bueno para el PRI! ¿Votarán por un CEO nacional?

Meade fue virtualmente destapado por Luis Videgaray. Después de ayudar a Donald Trump a ser Presidente, el canciller-que-llegó-para-aprender desea arruinar otra porción del mundo.

Como señala Gustavo Esteva, no son las creencias las que determinan los rituales, sino los rituales los que determinan las creencias. El PRI trató de convencerse a sí mismo de que está unido y en una obligada ceremonia la CTM elogió de manera inverosímil al artífice del gasolinazo.

Si Peña Nieto habla como quien lee en teleprompter, Meade habla como si leyera una página Excel. Lo extraño es que no aspira a gobernar el Banco de México, sino a gobernar México como un banco.

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Escrito en: Juan Villoro

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