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Los fondos huidizos y las compras dañinas

JULIO FAESLER

Lo que es legal no siempre es justo. Es legal mantener fondos en el extranjero por cualquier razón siempre que se declaren a la autoridad fiscal. Es legal, pero socialmente hablando, es injusto.

Llaman la atención las recientes noticias sobre los "Papeles de Panamá" que revelan fuertes sumas de divisas depositadas en instituciones extranjeras bajo discretos velos de silencio. De las explicaciones más sencillas se infiere que el grueso de las transferencias se hizo para ocultarle al fisco nacional los impuestos sobre ingresos correspondientes.

Sorprende el número de figuras mundialmente conocidas del mundo del arte, de los deportes o los de millonarios que por cualquiera razón coincidieron en segregar sus dineros, no necesariamente mal habidos, de los circuitos financieros de sus comunidades para colocarlos en el secreto recinto. Hacerlo contrarió la consciencia de justicia y solidaridad que todo miembro digno debe sentir hacia la sociedad a la que pertenece.

Llama poderosamente la atención que la reina Isabel de Gran Bretaña colocara una parte de su vasta fortuna en el refugio tropical. Aun en el caso de que ello no tuviera el propósito de eludir obligaciones con el tesoro de su propio gobierno, su posición como jefe de Estado, pero además máxima jerarca de la Iglesia Anglicana, hace aún más curiosa su decisión de mandar fuera dichos fondos. En la moderna sociedad británica, tan llena de agudos problemas agravados por incontrolados contingentes de inmigrantes, contribuir a los programas de alivio de pobreza resultaba urgente. Sustraer fondos importantes de la circulación nacional por conveniencias estrictamente personales fue sustraerlos de cumplir un imperativo deber nacional. De igual manera colocar fondos de consideración en organismos extranjeros que por alguna razón parecen más seguras que las de casa, puso en duda la credibilidad financiera del país.

Independientemente del caso específico anterior, remitir fondos al exterior, sean o no a "paraísos" fiscales, será siempre un acto que debilite la salud económica de la comunidad.

Es importante, en primer lugar, mantener el nivel de la reserva monetaria necesaria para hacer frente a los movimientos del comercio exterior o los de la deuda externa. Toda operación que afecte la reserva monetaria repercute positiva o negativamente en la solidez económica o financiera del país. Las exportaciones aportan y aumentan el valor de la reserva mientras que las importaciones, que deban ser liquidadas con divisas extranjeras, reducen su nivel. Evitar que la reserva monetaria sea mermada por la colocación en el extranjero de fondos huidizos hace que el país cuente con sus recursos completos, no deteriorados, para atender las necesidades internacionales a que corresponden a toda la comunidad.

En segundo lugar, en una sociedad como la nuestra que requiere un máximo de liquidez para financiar numerosos programas destinados a mejorar la situación de sus habitantes, es crucial que la reserva monetaria sirva de respaldo y no se merme o desperdicie. Debe ser utilizada íntegra y precisamente en instrumentos que hagan avanzar hacia un desarrollo amplio y incluyente. Utilizar la reserva nacional de divisas extranjeras para pagar importaciones suntuarias o innecesarias restringe la capacidad del sistema económico de realizar indispensables programas sociales o de infraestructura.

La exagerada abundancia de productos extranjeros en el mercado mexicano, desde una plétora de automóviles hasta prendas de vestir informales, pasando por alimentos frescos y procesados, para mencionar ejemplos de importaciones innecesarias, denota la falta de congruencia en nuestras políticas de promoción agropecuaria e industrial respecto de la oferta incontrolada de mano de obra.

Las experiencias en México y otros países indican con claridad la necesidad de defender la integridad de la reserva monetaria disuadiendo, por una parte, la salida masiva de fondos huidizos y por la otra el dispendio dañino de importaciones suntuarias o innecesarias.

Las reformas que a nuestro país urgen deben dirigirse más a corregir las debilidades de nuestro comportamiento que a las leyes que no faltan, sino sobran.

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Escrito en: Editorial Julio Faesler

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