Llevaste a tu perro cinco días después de que empezó con los primeros síntomas y porque lo viste grave, pensabas que iba a sanar sólo una vez más. No le has dado nada para pulgas y garrapatas de manera preventiva, sólo cuando las ves y a veces ni eso, como tu perro vive fuera a ti ni te molestan.
La última vacuna que tiene es la que le aplicaron de cachorro, siendo un perro adulto jamás se volvió a vacunar. La vacuna de rabia tampoco la tiene, aunque es gratuita en las campañas y la llevan a las colonias, a ti se te complica llevarlo a tres cuadras de tu casa porque no tienes tiempo.
La última desparasitación fue a los seis meses de edad, no sabes con qué lo hicieron, fue un líquido suelto que te vendieron en la forrajera, porque el empleado sabe mucho. El mismo señor que te vende ese alimento barato carente de nutrientes como si fuera el mejor de los alimentos.
El verano pasado se llenó de gusanos y tu vecina te dio un líquido "buenísimo" y estuvo tres días postrado sin levantarse, pero se salvó.
Llegaste a la consulta con un perro hecho un saco de huesos al que tú llamas "Mi perrhijo", el consentido de la casa, "Es el perro de mis hijos", se encontraba deshidratado, desnutrido, lleno de pulgas y garrapatas, en coma, al que no se le distinguía sus dientes por el sarro que tenía, con el pelaje lleno de nudos y obviamente sin esterilizar.
El veterinario logró que le dijeras a regañadientes lo que en tu casa le administraste indiscriminadamente; analgésicos, desinflamatorios, antibióticos, ajos y cebollas, leche, hasta curarlo de mal de ojo con un huevo, aquel medicamento que te dio la vecina con que su perro se salvó, le pusiste aceite quemado y sabrá Dios cuantas cosas más le hiciste.
En la clínica te explicaron lo que padecía tu mascota y que hacer para tratarlo y tu única respuesta fue: ¿Y eso cuánto me va a salir? Porque como era una emergencia, salí de casa sin dinero.
Lleva tres días la mascota luchando por la vida que le diste en el abandono, ahora vas a diario a verlo, llorando pidiendo por favor que hagan todo lo posible y lo imposible por salvarle.
Al pagar los honorarios te molestas porque los veterinarios somos unos metalizados sin sentimientos, que no tenemos vocación y se aprovechan de la gente. Desafortunadamente cuando damos la mala noticia que la mascota falleció. Los únicos culpables fuimos nosotros y lo proclamas a los cuatro vientos: "El veterinario mató a mi perro". Cuando en realidad tú mismo le arrebataste la vida lentamente.
