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La saliva y el pinole

Gilberto Serna

Los que viven de la política en Coahuila andan norteados, desorientados, perdidos. No atinan a cuál precandidato arrimarse. Antes, muchos sexenios atrás, desde meses previos era posible darse cuenta de cuál era el preferido de la diosa fortuna que sería ungido para abanderar al partido. La lotería tenía una dirección predestinada. En los tiempos en que fue llamado a gobernar el general Raúl Madero, a finales de los años cincuenta, hubo un breve desconcierto, se esperaba que el gobernador saliente recomendara al presidente Adolfo Ruiz Cortines a quien debería sucederlo en el cargo. No fue aceptado ninguno de la larga lista que presentó por conducto del entonces secretario de Gobernación, Ángel Carvajal. Se le propuso a un político coahuilense que ocupaba una curul en la legislatura federal que el Ejecutivo saliente rechazó manifestando que era su enemigo jurado, amenazando con suicidarse si eso llegaba a concretarse, diciendo en el transcurso de un paroxismo, que casi lo ahogaba: cualquiera menos ése. Lo que fue suficiente para que se rescatara de un oscuro departamento de la secretaría de la Defensa a un general revolucionario, entrado en más años de los que convenían a su nueva encomienda.

Luego, en los años siguientes, vinieron sucediéndose los siguientes candidatos cuya calidad de tal los hacía automáticamente gobernadores, siendo su elección constitucional un mero trámite para legalizar su estancia en el Palacio de Gobierno. El “dedazo”, el “palomeo” el “sobre lacrado” la “cargada”, la “bufaliza” y el “carro completo” eran vocablos que tenían su razón de ser y cubrieron con un manto piadoso las ganas de competir en el que había el valor entendido de que: “esta pieza la bailas tú para a la siguiente permanecer sentado, luego me tocará a mí”. Eran modos de hacer política dentro de un predominio unipartidista que caracterizó y le dio sabor amargo a toda una época, que parecía que no terminaba nunca. Está por demás decir que la democracia era una palabra hueca que estaba presente sólo en los discursos de los menestrales de la política. Hasta que llegamos a los tiempos actuales, después de varios intentos, que no prosperaron, por limpiar los procesos electorales.

Lo anterior lo saco a colación porque en Coahuila hay en estos días un proceso interno en el Partido Revolucionario Institucional para seleccionar al candidato que lo va abanderar en los ya cercanos comicios en los que se competirá para ocupar el cargo de gobernador por los siguientes seis años. En estos días leía las declaraciones de Tereso Medina Ramírez, actual dirigente de la CTM, talentoso joven, de ideas ordenadas, de gran elocuencia, cuyo mérito más evidente es el de ser un líder congruente con los nuevos tiempos. Dice que los aspirantes a obtener la candidatura del PRI están creando confusión, preocupación y temor, al propiciar la política del gran garrote entre los ciudadanos adheridos a ese instituto político, estableciendo una doctrina con ribetes draconianos enunciada en que si no estás conmigo, es porque estás en contra mía. Señala que en cada municipio cuentan con seguidores que están dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias para en el caso de que sus propósitos no sean alcanzados.

Propone para disipar lo que el llama calenturas, a manera de un baño con agua fría, un pacto de civilidad en el que los participantes se comprometan a comportarse como caballeros tanto en el curso de la contienda como en la aceptación, sin mayores aspavientos, del que resulte vencedor.

Es cierto que todo proceso electoral puede desbordar en una reyerta. Mas yo pensaría que son los riesgos que se corren en una incipiente democracia como la nuestra, a la que se suman las ambiciones incontrolables de algunos de los aspirantes y la presencia ausente de didáctica en la subcultura política en que estamos inmersos. Empezando por el número inusitado de pretendientes, entre los ya declarados y los que vengan, que han visto cómo se abren las puertas para que cualquiera pueda llegar, aplicando aquello de que el que traga más saliva, puede comer mas pinole. Igual pasa con los aspirantes a la Presidencia de la República donde se maneja un número astronómico de pretensos. Tanto aquí como allá, hay el temor de que se puedan presentar, antes, en o después de los eventos electorales, actos de barbarie irrefrenables. Lo único que se puede hacer para evitarlo, creo, es sujetar el proceso al imperio de la Ley. Ni más, ni menos.

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