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Metrobús, o el fracaso de un modelo

Periférico

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Decir que el Metrobús Laguna o BRT marcha por buen camino es una necedad. Concebido como el gran proyecto conurbano de la región, el sistema de transporte metropolitano no sólo enfrenta problemas en su planeación, organización y construcción, sino que incluso está en riesgo de no concretarse, a pesar de los ingentes recursos que ya se han invertido. Estamos hablando de una de las obras más costosas que se hayan proyectado en La Laguna para la que se ha contemplado destinar un monto de 1,500 millones de pesos. Más allá de los errores evidentes cometidos por las autoridades involucradas, los cuales deben revisarse para fincar responsabilidades, el Metrobús representa una prueba fehaciente del fracaso de un modelo de gestión metropolitana que nunca funcionó en una región con las particularidad como la nuestra, divida en dos jurisdicciones estatales.

Lo que ocurre con el Metrobús es lamentable, dada la importancia que el transporte público tiene para el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes de una ciudad y sus suburbios. Se trata de uno de los principales servicios públicos, ya que debe propiciar, con el menor costo posible, la movilidad eficiente de la mayoría de la población, que es la que no tiene los recursos para comprar un automóvil. Ciudades de la costa este de los Estados Unidos, así como de Europa Occidental entendieron muy pronto la relevancia de contar con un sistema de transporte funcional e integral para aminorar las desigualdades propias de una economía capitalista. En muchas ciudades grandes y medianas de ambos entornos geográficos es posible trasladarse de manera relativamente rápida y económica sin tener que usar un coche privado; y, en varios casos, pagando un sólo boleto por día con la posibilidad de usar metro, tren, autobús y/o tranvía.

Los beneficios que deja un transporte metropolitano eficiente son enormes. La congestión e inseguridad vial en las calles disminuyen, como disminuye también la emisión de contaminantes a la atmósfera. Por sí solos estos dos aspectos son suficientes para apostarle a una cuidada inversión en el servicio. Pero no son los únicos. Para los usuarios del servicio implica una ventaja extraordinaria el poder moverse de un lugar a otro a bajo costo y de forma rápida. Pensemos en un adulto joven que vive en un suburbio con su familia, estudia en un distrito de una ciudad y trabaja en el Centro de la misma. Un buen transporte metropolitano le permite poder seguir viviendo con su familia, obtener el sustento diario y seguir preparándose. De no contar con el servicio, tendría que cambiar su residencia, con el costo económico y social que eso implica, y probablemente no podría continuar sus estudios o lo haría con muchas dificultades. A menos de que invierta parte de su patrimonio en un auto, con las consecuencias ambientales y viales que tiene el aumento del parque vehicular de las ciudades, y la merma económica que para él implica.

Dada la importancia que tiene el proyecto de transporte metropolitano, ¿por qué las autoridades no han tenido el debido cuidado a la hora de planearlo, organizarlo y ejecutarlo? ¿A qué se le puede atribuir la situación actual de la obra y el hecho de que esté en riesgo su concreción? El problema está en el modelo de gestión metropolitana que depende de forma exclusiva de los gobiernos de los estados de Durango y Coahuila, cuyas capitales se encuentran a 250 kilómetros de distancia del corazón de La Laguna. A la distancia, hay que agregar la disparidad de las agendas y los distintos intereses de las autoridades estatales, lo cual redunda en un incapacidad para ponerse de acuerdo o establecer siquiera un mínimo de coordinación. Una clara prueba de ello es que buena parte de los recursos del fondo federal metropolitano han terminado tapando los agujeros de los presupuestos estatales. Es en aquellas lejanas oficinas y con esos cuestionables criterios en donde se toman las decisiones que afectan a la región.

Si revisamos el estado actual que guarda el proyecto del Metrobús, es fácil identificar lo explicado anteriormente como la causa del problema. Coahuila licitó y asignó la obra de la ruta troncal antes que Durango, porque en Gómez Palacio y Lerdo no estuvieron de acuerdo con el trazo original, el cual apenas está siendo modificado. Un asunto básico que pudo haberse resuelto con las consultas adecuadas y oportunas. Durango está haciendo los ajustes contrarreloj y es muy probable que el tiempo no le alcance para licitar la obra antes de que concluya el año, con lo cual los recursos se perderían y el proyecto del Metrobús dejaría de tener sentido. En Torreón y Matamoros las obras avanzan lentas y con un evidente desorden, además de que aún no se ha definido el plan de negocios al cual deberán integrarse los transportistas, y con el que debe fijarse la tarifa, un aspecto central que impacta directamente en el usuario, razón de ser del proyecto. En síntesis, cada autoridad estatal trabaja bajo sus propios intereses, sin coordinación y, sobre todo, sin escuchar las voces de quienes se supone serán los principales beneficiarios.

Si el problema, entonces, es el modelo de gestión metropolitano que se ha aplicado hasta ahora, lo que evidencia el Metrobús Laguna es que debe modificarse dicho modelo. Los estados deben dejar de monopolizar la toma de decisiones de este tipo de proyectos para lo que se pueden seguir dos vías. Una es desde abajo: que los ayuntamientos se organicen para crear organismos verdaderamente ciudadanizados que sean los que conciban y den continuidad a los planes y obras, y que tengan las facultades para obligar a las autoridades locales a hacer lo necesario para que los proyectos lleguen a buen puerto. La otra es desde arriba: que el Gobierno federal asuma el liderazgo y control en la planeación, organización y ejecución de estas obras metropolitanas para evitar los desacuerdos estatales. ¿Cuál es el mejor modelo? Empecemos porque sean los ciudadanos los que decidan.

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