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Vivir para morir

Opinión - Jaque mate

Vivir para morir

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SERGIO SARMIENTO

Junto a los altares y ofrendas tenemos las calaveritas de azúcar; en ellas nos comemos, literalmente, a nuestros difuntos.

Todos vivimos para morir. Una característica universal de la vida es que tarde o temprano termina.

La mayoría de los seres vivos, desde plantas hasta primates, no están conscientes de ese futuro inevitable. Los seres humanos vivimos con la conciencia de la muerte.

Desde los tiempos más remotos las sociedades han mostrado gran preocupación por la muerte. Muchos de los pueblos antiguos dedicaban buena parte de su tiempo a prepararse para ella. Lo hacían los sumerios y los egipcios, también los pueblos amerindios que tenían numerosas ceremonias y rituales. Los mexicas realizaban sacrificios humanos en un extraño esfuerzo por predisponer a los dioses a su favor.

Muchas de estas festividades se realizaban ya entrado el otoño, conforme los días se acortaban y las noches se hacían largas. El frío y la oscuridad ayudaban a crear las condiciones que llevaban a esa conmemoración de la muerte.

Con raíces que se remontan al Samhain, una conmemoración celta por el fin de la cosecha, el Halloween surgió originalmente en los países anglosajones, se festeja el 31 de octubre y ha alcanzado países de tradiciones distintas. En México ha sido aceptado muy a pesar de la resistencia de los tradicionalistas, aunque sin desplazar a las celebraciones del Día de Todos los Santos del primero de noviembre o el Día de los Muertos, el 2 de ese mismo mes.

Lo interesante no es tanto sopesar si prevalece la festividad extranjera o las celebraciones tradicionales católicas y mexicanas sino dilucidar por qué nos vemos impulsados a recordar la muerte en esta época y el modo en que lo hacemos, muchas veces con sentido del humor.

El Halloween es una fiesta para niños que ve la partida de este mundo con alegría. Las festividades católicas son más tristes, pero en México les hemos dado un toque de humor. Junto a los altares y ofrendas tenemos las calaveritas de azúcar; en ellas nos comemos, literalmente, a nuestros difuntos. Quizá son un recuerdo de los tzompantli, las exhibiciones de cráneos humanos, a veces sangrantes, que desplegaban algunos pueblos prehispánicos.

A lo largo de la historia, nos dice Steven Pinker de la Universidad Harvard, la muerte y la violencia han sido compañeras inevitables de las comunidades humanas. No obstante, las guerras y los homicidios en otras épocas provocaron muchas más muertes que hoy si se atiende al criterio de la población existente en aquellos tiempos y en los actuales. Convivíamos más no sólo con la muerte, también con la tortura. Mucha gente piensa que hoy tenemos más violencia manifestada tanto en conflictos armados como en homicidios, pero los registros históricos nos dicen que, por el contrario, hoy vivimos los tiempos más pacíficos de la historia. Hay más respeto por la vida.

Somos, como lo adelantaba, la única especie consciente del hecho que va a morir. Un perro olfatea a su amo muerto y entiende, quizá, que ha perdido la vida, pero no está consciente de que lo mismo le ocurrirá a él y a todos los demás seres vivos. Esta conciencia de la muerte es uno de los impulsos originales de la religión que se ha encontrado presente en todas las culturas desde el comienzo de la humanidad. La mayoría de las doctrinas religiosas han imaginado una vida después de fallecer, la cual puede llevarnos a una cercanía con Dios, pero esta idea no ha hecho que desaparezca el temor, aun el que piensa que la muerte es el inicio de la gloria, tiene miedo a morir.

Twitter: @SergioSarmiento

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