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Un mundo enlutado ¿sin sentido?

JULIO FAESLER

Este año fue otro en que los muertos nos pesaron más que nunca. Los fatídicos sismos de septiembre y otros fenómenos naturales dejaron muertos y cientos de víctimas.

Realidades de una ola triste que se extiende por todo el orbe sin ninguno que perdonar. Los dramas que se sucedieron uno tras otro por decenas de inocentes que en México perdieron su vida en los sangrientos encuentros de criminales y militares vilmente asesinados por una mísera paga.

La ignota desaparición de jóvenes rehenes de una ideología y víctimas de una horrenda muerte hundiendo en un desconsolado duelo a sus padres.

La muerte de nuestras víctimas es asunto que surge del ambiente que espera la justicia que jamás llega de jueces omisos y autoridades cobardes.

Muertes que avergüenzan a la misma Muerte que sufre dentro de una muerte más grande la mayor que nos encadena con el terrible cerrojo de la ignorancia y del ocio sin esperanzas.

No estamos solos en el dolor. En otras tierras el espíritu de la Muerte extiende sus brazos envolviendo a millones de seres empobrecidos y hambrientos más allá de lo imaginable, presos de enfermedades, helados o sofocados por el sol, sin papeles de identidad, sin patria pidiendo asilo.

La temporada no tiene fin en los torturados sitios de Asia Central reverenciados desde la antigüedad. En África seres atenazados en sus carencias que encuentran su fin en las oscuras olas del Mediterráneo a la desesperante vista del opulento continente anhelado. Es esa muerte tanto o más dramática que las nuestras.

Los Santos Difuntos que la Iglesia conmemora esta semana aumentan con los millones que hoy padecen suplicios sin derecho a contarse en la martiriología. No sabrán jamás de que su liberación tiene sentido. Para ellos les fue negado albergue, el vestido, el agua, ni la consoladora visita en su trágico tránsito por su desoladas naciones.

La ironía de alcanzar la bienaventuranza gracias a la maldad de matar creyendo que con ello se gana la salvación agradando a un Dios distorsionado por un perverso fanatismo cargado de odios.

Los crímenes que se suceden hoy en lejanas tierras se justifican por razón de religión, idioma, raza inferior a la del verdugo o por limpieza étnica. Todo ello mientras nosotros, en las antípodas, sin más mérito que el de vivir en un Continente distinto, gozamos de la libertad de escoger nuestro Dios o negarlo, pero en libertad, y a nuestro gusto.

Es fortuna haber nacido donde se respeta al individuo en su libertad de manifestarse. Al tiempo que sabemos de los miles de desahuciados que están muriendo a diario por su fe y que nadie conoce ni rescata, hay que recordar nuestra propia historia de insensata persecución anticlerical a mediados del Siglo pasado universalmente condenada.

El Siglo XXI continúa dividido entre los que llegaron por fin, despúes de un largo proceso, a entender lo que es vivir en concordia con la diversidad de sus semejantes y, por la otra mitad del mundo a los que todavía les falta pasar una lenta evolución para llegar a ese estado.

El avance es largo y consumirá a muchos más inocentes que no tienen más culpa que su deseo de convivir en con sus connacionales. El odio que se los impide se consumirá a sí mismo. La antítesis salvadora está en cada ser humano en el que anida el íntimo germen de superación de mejorar su propia condición. Es en la evolución natural del ser humano donde se realiza ese potencial sin ser requerida ni pedida. Se trata de una fuerza innata y honda. Es la que nos mantiene altertos y prestos a nuevas pruebas.

Los tiempos pasados no fueron ciertamente mejores. Estuvieron percudidos de abusos y crímenes y de sismos que dejaron cicatrices. En ciertos momentos todo parecía zozobrar. Gracias a su capacidad regenerativa el género humano no pereció.

Los que mueren en los horrendos acontecimientos de la actualidad no sufren en vano. Son parte del inevitable proceso de selección y superación cultural que se inició desde los albores de la historia. La evolución del ser humano se realiza en capas que se superponen. Los sufrimientos de cada víctima no pueden explicarse sin esa interpretación. El paulatino mejoramiento de las instituciones y las condiciones generales respecto a las que prevalecían en el pasado podría servir de justificación.

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Escrito en: Julio Faesler

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