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Diógenes en México

“Busco a un hombre honesto” decía el filósofo Diógenes a plena luz del día, portando una lámpara de aceite en la plaza de Atenas; así buscamos afanosamente los mexicanos al fiscal anticorrupción que vendría hipotéticamente a castigar a los corruptos.

El cuentecillo inicial que inicia este texto, está entre lo que podría ser un mito, o quizás una leyenda; pero nos da una idea de cómo, la integridad, desde tiempos remotos no ha sido fácil de encontrar entre la humanidad. De lo que podríamos colegir que la integridad, como valor es lo más cercano a la perfección, y por ende resulta tan extraño en la cotidianidad, ya que implica la práctica de otros valores como la honestidad, la rectitud, la sinceridad y otros valores morales y humanos que hacen de quien los posee una persona excepcionalmente confiable.

Los mexicanos podemos darnos baños de pureza y rasgarnos las vestiduras, después de leer diariamente acerca de actos deshonestos protagonizados por los políticos en turno; pero si queremos ser realmente honestos consigo mismos, tenemos que reconocernos como hombres imperfectos; toda vez que, como miembros de una sociedad faltamos al valor de la civilidad y tiramos la primera piedra cuando vemos la paja en el ojo ajeno. Y es que no es fácil, pues la integridad como valor moral es lo más cercano a la perfección, ya que en él confluyen la honestidad, la rectitud, la sinceridad, la probidad, la honradez, la bondad, la verdad, el sentido de justicia y de libertad; tal valor hace de quien lo posee, y vive practicándolo, una persona digna, ejemplar y excepcionalmente confiable. De acuerdo a ese concepto ¿quién osará ostentarse como íntegro?

En la humilde opinión de quien esto escribe, la integridad, practicada como valor es difícil de encontrar en una sociedad como México; y sé que muchos lectores podrían sentirse ofendidos, pero en la magnitud de su sentimiento estriba su falta de integridad. Cierto, la integridad, como valor puede ser valorada convencionalmente, en tanto que la moral es relativa (varía en tiempo y lugar), pero su esencia es invariable, inmutable, en el ámbito de los valores humanos.

Sin embargo, no porque sea un valor inalcanzable, una utopía, debemos dejar de perseguirla, en cuanto valor que describe la cualidad del actuar con rectitud de conciencia y en apego a principios morales; pues los hombres somos según nuestros valores. Los valores que poseemos nos definen, nos dan un perfil social, y significado a nuestra existencia individual.

Sabido es que, en una sociedad donde se pierden los valores, la desconfianza, la mentira, la estafa, el fraude, el engaño nos hace vivir en una pesadilla, un caos social; mientras por el contrario, cuantos más valores tenga una sociedad, el bienestar, la paz y la tranquilidad vendrán por añadidura.

Hay de valores a valores, y la integridad, sin duda es un compendio de varios, y constituye, hoy por hoy, un gran desafío para la familia, el estado y la sociedad en general.

El tema viene al caso por muchísimas razones que tienen que ver con el actuar de los políticos y de funcionarios públicos, cualquiera sea el partido, ideología o cargo que ostentan. Políticos y funcionarios deshonestos quienes para su buena suerte, el poder de la naturaleza les ganó la primera plana y dejó bajo los escombros sus tropelías; tal fue el caso del mega fraude bautizado por los medios como la “Estafa maestra” en la que participaron algunos funcionarios del gabinete de Peña Nieto.

Héctor García Pérez

Comarca Lagunera

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