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Septiembre, el mes de las tragedias

La fatalidad parece tener fecha preferida de hacerse presente en México. Septiembre, mes en cuyo primer día tomaban posesión de su cargo el nuevo presidente de la república y se consideraba, incluso, día de asueto nacional; los tiempos, las leyes y costumbres han cambiado y ahora el protocolo de posesión se realiza el primer día de diciembre, cada seis años.

Septiembre ha sido considerado desde hace muchos años como el mes de la patria, por las fechas de inicio (1815) y término(1821) de la Guerra de Independencia; pero ahora, debido a los recientes desastres ocasionados por las fallas geológicas, tal como ocurrió en Juchitán, Oaxaca que quedó devastado por el sismo de 8.2 en la escala de Richter, el 7 de septiembre de este año, y afectó principalmente los municipios de Oaxaca, Chiapas y Tabasco , dejando un saldo de cuando menos 96 muertos; razón por la cual, el presidente Peña Nieto decretó tres días de luto nacional; sin embargo doce días después, todavía bajo el impacto emocional de esa catástrofe, el 19 de septiembre, fecha en que año con año se recuerda el gran terremoto de 1985 que dejó a la ciudad de México entre escombros, de nueva cuenta, con diferencia de unas cuantas horas con respecto al de 1985, ocurre un sismo de 7.1 grados, que ocasiona graves daños a muchos edificios, entre otros, al estadio Azteca, y remueve el recuerdo popular y la conciencia ciudadana, haciéndonos sentir la vulnerabilidad humana ante la energía liberada en el deslizamiento de las placas tectónicas en las que se asienta nuestro planeta; y otra vez, igual que hace 32 años, México, como país está mostrando esa actitud humanitaria que surge en los momentos de crisis; momentos en los que no nos importa credo político, religioso, o estatus social; lo que importa es brindar ayuda como sea y a quien sea, ya removiendo escombros, ya brindando consuelo a los afectados, ya enviando víveres a los damnificados.

México como pueblo muestra su verdadera naturaleza y sensibilidad humanas, justo en los momentos críticos, cuando más se necesita. El egoísmo desaparece para dar paso al altruista, al benefactor, al que da sin esperar recibir nada a cambio, al que se desprende de lo que tiene, incluso aunque él lo necesite. México es humanitario, sin duda.

No importa que se piense y se diga que el egoísmo ha invadido los corazones de la gente de hoy; poco importa que se difundan en las redes sociales algunos aspectos negativos, como la indiferencia ante el dolor ajeno, o la rapiña en casos de desastre de algunos malos mexicanos; la verdad es que en el fondo, esa gente, que por cierto es poca, no son mexicanos; nacieron aquí, crecieron aquí, pero no son hijos de la patria. Los verdaderos mexicanos somos más, muchos más, y somos generosos, pródigos, sensibles al dolor ajeno, humanitarios, protectores, nos hermanamos con el prójimo, somos filántropos y más.

Sabemos bien que, cuando la tragedia llama a nuestra puerta, cuando la adversidad en forma de movimiento telúrico entra sin llamar a nuestras casas, cuando el desastre inunda nuestras viviendas y los vientos se llevan los techos, quien no fallece sale fortalecido; y que, cuantas veces caiga se levantará; y como el Ave Fénix resurgirá de sus propias cenizas; y por nuestra parte, sabemos que sólo tenemos derecho de mirar a un hombre hacia abajo, cuando nos inclinamos para ayudarlo a levantarse.

Podríamos, de ahora en adelante, llamarle a septiembre el mes de los desastres, pero es mejor mirar el vaso medio lleno que medio vacío; yo prefiero llamarlo: Septiembre, mes de la Patria y de la solidaridad.

Héctor García Pérez

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