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Masacre en Las Vegas

Sin lugar a dudas

PATRICIO DE LA FUENTE
"La gran tragedia de la vida no es la muerte, es lo que dejamos morir mientras estamos vivos".

— Papa Francisco

De entre los cincuenta estados de la unión americana, Nevada tiene una de las legislaciones más laxas y permisivas para adquirir armas de fuego. No se necesitan tiempos de espera para comprarlas ni existen límites en el número de balas o municiones al alcance de una sola persona.

Como ocurre con frecuencia en Estados Unidos, a veces resulta más complicado tomar una cerveza siendo menor de edad que hacerse de una pistola.

Ello, en parte, facilitó que el asesino múltiple que disparó desde una habitación del hotel Mandalay Bay, haya podido matar a cincuenta y nueve personas, herir a otras quinientas y causar pánico entre los asistentes a un concierto de música country.

Y es que el atacante había acumulado lo que los investigadores calificaron como un pequeño arsenal. Durante diez minutos, Stephen Paddock rafagueó sobre la multitud sin que nadie pudiera hacer nada. Al momento en que la policía entró en su habitación, Paddock ya estaba muerto. En un modus operandi similar al de muchos asesinos, el hombre se pegó un tiro en la cabeza antes de que la autoridad lograra detenerlo.

Sólo con armas de muy alto calibre y precisión se puede ultimar la vida de tantas personas desde un sitio tan alto. También cabe preguntarse si balísticamente es posible lograr tal hazaña y si a caso existieron otros atacantes sobre los cuales aún no tengamos conocimiento.

Estoy lejos de ser experto en materia armamentista pero hace algunos años tuve la oportunidad de hospedarme en el Four Seasons, hotel que ocupa los tres últimos pisos del edificio del Mandalay Bay, lugar donde ocurrieron los trágicos hechos. Créeme, querido lector, que causar un daño así sólo se logra con rifles y pistolas de altísima potencia y quizá siendo disparados por varias personas. ¿Paddock actuó solo? La duda es válida.

Empero, Las Vegas siempre ha sido el paraíso de lo posible: drogas blandas y duras, prostitución, juegos de azar, grupos mafiosos, etcétera. La policía, en un acuerdo no escrito, mira para el otro lado y hace caso omiso a ciertas transgresiones a la ley. Dicha permisibilidad en aras de fomentar el turismo es lo que hace de Las Vegas una de las ciudades más atractivas para sus visitantes.

Si una persona carece de antecedentes criminales y no está fichado por la policía y otras agencias de seguridad nacional como el FBI, hacerse de un arsenal es cosa sencilla. Ello ocurrió con Stephen Paddock, jubilado de 64 años. Contraviniendo el perfil y discurso que estereotipa a los terroristas como musulmanes y extranjeros, Paddock era norteamericano, blanco, bastante rico, afecto a los casinos, presencia habitual en Las Vegas y hasta su retiro ejercía como contador público.

Nada en su historial pudo anticipar lo que se disponía a hacer. "No era entusiasta de las armas en lo absoluto. ¿Dónde habrá encontrado armas automáticas? No tenía ningún tipo de entrenamiento militar. Sólo era un tipo que vivía en Mesquite y le gustaba apostar en juegos de azar", manifestó su hermano. Sus vecinos y otros testigos lo definen como un hombre bastante normal.

Los cabilderos de la NRA detentan un enorme poder en Washington, tanto que podrían ser el fiel de la balanza en cualquier elección presidencial. El lobby armamentista se compone de empresarios y políticos de alto nivel con múltiples intereses no sólo en Estados Unidos sino a nivel mundial. Por ello, pretender que se modifique o revoque la Segunda Enmienda constitucional que permite la portación de armas es un sueño guajiro.

A lo mucho que pueden aspirar los norteamericanos en estos momentos, es a controles mucho más estrictos a la hora de adquirir armas de fuego. Mientras los conservadores y el propio Donald Trump y su gobierno le huyan al debate, más Stephen Paddocks seguirán apareciendo en otros sitios.

Nos leemos en Twitter y nos vemos por Periscope, sin lugar a dudas: @patoloquasto

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