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La raíz de la solidaridad

AGENDA CIUDADANA

LORENZO MEYER

La renuncia de Leonardo Curzio a su espacio en radio en defensa de la libertad de sus colaboradores lo enaltece. A la contraparte, la empequeñece.

Tras la rápida respuesta de una parte de la sociedad para dar auxilio a los afectados por los sismos de septiembre, se ha escrito mucho al respecto. Sin embargo, aún queda espacio para ahondar sobre el origen y fuerza de esa solidaridad y de cómo, su energía, podría transformar nuestro futuro.

La idea muy difundida hasta antes de septiembre, era que, fuera del círculo familiar, la falta de confianza hacia nuestros conciudadanos iba en aumento, impulsada por la corrupción pública y la ola de violencia criminal que nos envuelve desde hace años ¡Y qué ola! Desde el inicio del gobierno actual hasta julio, han tenido lugar 104,602 ejecuciones, (semanario Zeta, 3/9/17). Por eso, el INEGI dice (cifras de marzo, 2017) que el 72.9% de los citadinos mexicanos se siente inseguro. Otra encuesta encontró que, si en 1990 un 34% de adultos dijeron confiar en los demás, para 2012 la cifra había descendido a 12%, (Alejandro Moreno, Este País, 9/15, p. 22).

Ciudadanos desconfiados e inseguros no necesariamente significa que cada quien se haya refugiado en su círculo íntimo y dejado a eso que llaman "gobierno" que se hiciera cargo de lo social. Gustavo Verduzco, sociólogo de El Colegio de México, ha llevado a cabo tres encuestas nacionales -2005, 2012 y 2016-usando la definición internacionalmente aceptada del concepto de solidaridad: "acciones realizadas a favor de terceras personas sin obligación ni coacción sino de manera voluntaria, sin remuneración monetaria y sin que sea en provecho de la familia directa de quienes la realizan". Para sorpresa de muchos, resulta que en 2016, 74 millones de mexicanos mayores de 15 años y equivalentes al 83% del universo considerado, llevaron a cabo acciones de solidaridad, y el porcentaje va en aumento, ("Acciones voluntarias y acciones ciudadanas en México" en Jaqueline Butcher García-Colín, [coord.], Generosidad en México, II, Porrúa, 2017, pp. 105-138).

Desde la óptica de Verduzco, si en otras pesquisas sobre el fenómeno como la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadana (ENCUP) llevada a cabo por el gobierno, la solidaridad de los mexicanos aparecía baja, la razón está en la forma de medir el fenómeno. Las actividades incluidas por Verduzco comprenden desde las que se llevan a cabo en el ámbito de las iglesias, hasta las hechas en el barrio, las escuelas, los grupos deportivos, la salud, el medio ambiente, la cultural, los sindicatos, la política y otras más.

Independientemente de cómo se forme el abanico de indicadores, está otro factor muy importante: el aumento de eso que en el siglo XIX Alexis de Tocqueville notó como algo distintivo de la cultura cívica norteamericana y relacionada con su democracia: la formación y reproducción de organizaciones de todo tipo en la sociedad civil. Verduzco subraya el hecho de que, entre 2008 y 2016,el registro oficial de asociaciones sin fines de lucro pasó de 40 mil a más de 60 mil, un aumento en verdad acelerado y que no parece detenerse.

Desde el punto de vista del género, el compromiso de hombres y mujeres con la solidaridad es casi igual, pero hay otras variaciones interesantes. En relación con la edad, la capa de personas entre los 30 y 49 años es la más activa pero seguida ya de cerca por quienes andan entre los 15 y 29 años; ambos grupos engloban al 80% de los participantes. La frecuencia e intensidad de las acciones de solidaridad varía y mucho; para algunos son diarias y para otros una vez al año; para algunos su compromiso está en un solo campo, otros lo despliegan en varios. En fin, que casi un 30% de la población está comprometida en actividades solidarias de manera sistemática. Finalmente, vale la pena notar que el norte "moderno" ofrece un grado un poco menor de solidaridad que el sur "atrasado".

Los sistemas políticos autoritarios nunca han sido terreno fértil para el desarrollo de actividades de la sociedad civil genuinamente independientes. Ese poder teme, y con razón, que tales actividades y energía puedan derivar en movilizaciones con contenido político adverso. Y si bien México ya no vive en el autoritarismo propio del siglo pasado, tampoco vive en democracia. La movilización casi instantánea de miles de ciudadanos dispuestos a enfrentar directamente, sin intermediación oficial, el rescate de las víctimas del sismo, ya no enfrentó la reticencia y resistencia gubernamental de 1985, pero tampoco tuvo una acogida franca por parte de las estructuras de autoridad. La desconfianza sociedad-autoridades mutua y sigue siendo el signo de su relación.

En las condiciones actuales, la acción de los rescatistas, de los recolectores y donadores de víveres, dinero y servicios necesarios para los damnificados, debe verse como parte de un proceso de la sociedad para asumir, de manera efectiva, su carácter de soberana. Y como soberana, exigir a una estructura de poder de naturaleza poco o nada democrática y corrupta, acción, responsabilidad, integridad y rendición de cuentas para enfrentar los efectos de un desastre que, en buena medida, fue socialmente construido.

En suma, la solidaridad de 2017 surgió de una práctica social preexistente pero de la que se tenía poca conciencia. Hoy se abre la posibilidad de maximizar su potencial y transformarlo en una herramienta para avanzar más rápido en la construcción de un país con mejor futuro.

RESUMEN: "DESDE ANTES DEL SISMO, LAS ACCIONES DE SOLIDARIDAD INVOLUCRABAN AL GRUESO DE LA SOCIEDAD. CON EL SISMO, POR SU INTENSIDAD Y ESPECTACULARIDAD, SE COLOCARON EN PRIMER PLANO. AHORA HAY QUE TRANSFORMARLAS EN ENERGÍA SOCIAL Y POLÍTICA PARA EL CAMBIO"

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