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Placas y parques

FEDERICO REYES HEROLES

La muerte impone y exige. Porque, más allá de lo sobrehumano -un gran sismo- de nuevo apareció la responsabilidad terrenal. Los reglamentos no bastaron. Ahora cada 19 de septiembre tendremos que ir a ese tribunal y responderles a los del 85 y a los del 2017.

El diálogo con ellos será permanente, son la masa invisible que siempre estará sobre nosotros. Sin ojos nos miran, sin palabras nos juzgan, en pleno silencio nos reclaman. Lo inevitable -el terremoto- no es su obsesión, la vida es riesgo y la muerte es parte de ella. Pero hoy sabemos de los otros, los muchos que no debieron irse, los que estaban trabajando en un despacho, suponiendo que el edificio era confiable, nunca imaginaron que sobre ellos había varios pisos de pesada irresponsabilidad. Son ellos los que nos demandan desde su digno y doloroso silencio.

Son los niños enterrados por la miseria de alma de la dueña que decidió construir vivienda sobre la escuela y por las autoridades cómplices, esos niños nos reclaman. ¿Qué les decimos ahora? Pero cuidado, el dolor puede llevar al odio y éste al apetito de venganza. Justicia si, toda, venganza anónima, no. Una respuesta con altura sería que los involucrados en la edificación de cualquier hogar educativo, laboral, o privado, el que sea, demuestren compromiso público de cumplimiento de las normas. Por qué no una placa metálica, obligatoria y certificada, con una leyenda simple: Arquitectura Responsable. Que allí queden los nombres, que den la cara, que arriesguen su prestigio o desprestigio, en bronce, grande, que resista un sismo, para que -entre los escombros- cuando aparecen los heridos y muertos, también aparezca ese registro visible para todos, sin trámites, sin documentos de difícil interpretación, una placa que los desentierre del anonimato burocrático, y así todos conozcamos sus nombres, para que entonces piensen en su descendencia, en el orgullo o vergüenza que les pueden heredar. Una cultura de compromiso público digna de los muertos.

Otra, por qué no expropiar y hacer parques que lleven el nombre del número de personas que allí perdieron la vida. En cada ocasión que caminemos por esas calles esa tumba colectiva nos generará enojo, rabia, porque la naturaleza fue canija, pero los humanos fuimos peores. Por qué edificar sobre la muerte, mejor muchos pequeños parques que no se diluyan en la inundación urbana, parques a los que vayan los niños y los viejos, todos, a ver crecer los árboles y pasar las estaciones, recordando que la vida es tiempo, ese que les robaron a muchos, dejándoles caer toneladas de impunidad. Hagamos de la CDMX una gran urbe de pequeños grandes parques, como memoriales de nuestra condición de vida y de nuestras desviaciones. Pequeños por su extensión, grandes por su dimensión humana. Eso mostraría que pensamos en ellos, con frecuencia tendremos que cuidarlos y nuestra alma habrá crecido.

La reinvención no sólo arquitectónica, es moral, es emocional. Nuestras tragedias, deben sellar nuestras vidas, deben habitar en nosotros y con nosotros. Que empiece el conteo de los edificios arquitectónicamente responsables, que se revalúen unos y se devalúen los que no cumplan, y que la próxima primavera plantemos 360 mil árboles, para que cada uno de ellos nos hable de los muertos y nos permita hablar con ellos. Y así cada 19 de septiembre uno de los rituales de nuestras ciudades heridas podría ser ir a un parque y pensar en ellos, como cuando nos paramos frente a una tumba y pensamos en los nuestros. No sería sólo el minuto oficial de silencio, sino miles, cientos de miles, millones de minutos, pensando en ellos, en el rincón de nuestras ciudades que sea nuestra selección, pero también recordaremos la irresponsabilidad, la corrupción, la impunidad, la pequeñez de alma.

Y así surgirá la costumbre lejana a la frialdad burocrática, costumbre muy nuestra que irá a la memoria y algún día será cultura. Las copas de los árboles hablarán por ellos. Pero también cada vez que pisemos un edificio sin placa exigiremos respuesta. Cuando miremos un parque 19 de septiembre, imaginaremos también a los irresponsables que en silencio firmaron documentos que fueron sentencias de muerte para muchos inocentes. Cuando miremos esos muchos lugares verdes recordaremos y platicaremos a nuestra descendencia su origen, que son homenajes vivos, recordaremos la tragedia, el poder de la naturaleza, la grandeza de los rescatistas, la solidaridad que también llevamos. Pero esos parques serían a la vez una provocación moral, ética: cuál ha sido nuestra repuesta a los que se fueron.

En el duelo la única forma de cerrar las heridas, es hablando de los muertos y hablando con ellos. Pero para poder darles la cara debemos alejarnos de la mezquindad, elevar las miras y exigencias y así la estatura de las respuestas que se merecen.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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