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Shakespeare: un dios mortal

FRANCISCO JAIME

A más de cuatro siglos de distancia, los amantes de la poesía y el teatro seguimos sorprendiéndonos de la belleza y profundidad de las obras de William Shakespeare. Esta es la razón por la que escribo estas brevísimas líneas. Ya lo dijo Harold Bloom, el más eminente crítico literario de nuestro tiempo: vivimos en una época infame, desmemoriada y entregada al océano gris del internet, es por esto, que reivindicar el placer de leer para sí, pue-de ser el mejor medio de acrecentar nuestro tesoro personal.

William Shakespeare fue un dramaturgo, poeta, actor y empresario teatral inglés, conocido también como el Bardo de Avon. Fue bautizado el 26 de abril de 1564 en Stratford-upon-Avon, Gran Bretaña, y murió allí mismo el 23 de abril de 1616 a la edad de 52 años. La casa natal se encuentra en la calle Henley y desde el siglo XVIII se puede visitar la habitación en la que se cree que vivió. Hace algunos años tuve oportunidad de visitar el lugar, hoy considerado el mayor atractivo turístico de la ciudad.

A lo largo de los últimos siglos, han surgido dudas sobre la verdadera autoría de las obras a él atribuidas. ¿Por qué se ha cuestionado la autoría de Shakespeare? Según el World Book Encyclopedia-citado en Wikipedia- se debe a "la negativa a creer que un actor de Stratford-upon-Avon hubiere podido escribir tales obras. Su origen rural no cuadraba con la imagen que tenían del genial autor". Se añade que la mayoría de los supuestos escritores pertenecía a la nobleza o a otro estamento privilegiado. Así pues, muchos de los que ponían en tela de juicio la paternidad literaria de Shakespeare creen que "solo pudo haber escrito las obras un autor instruido, refinado y de clase alta". Con todo, muchos estudiosos creen que él si las escribió. Para D. Schwanitz, por ejemplo (La Cultura. Todo lo que hay que saber, Taurus, p.218), Shakespeare fue un hombre de imaginación inagotable, genio por excelencia del teatro y la poesía: "Hermano menor de Dios, multiplicaba la obra divina el octavo día de la Creación con su propia creación poética. Murió y fue enterrado en la iglesia parroquial de Stratford, pero sigue eternamente vivo en sus obras inmortales. Amén".

Figura cumbre de las letras, es autor de treinta y cinco grandes obras dramáticas divididas en tragedias, comedias y obras históricas, además de Sonetos de gran belleza y delicado lirismo. Consiguió retratar en sus obras todos los aspectos de la experiencia humana, todas las facetas del corazón del hombre, todas las pasiones del alma, todas las angustias, todos los anhelos. En su amplio repertorio aparecen los celos, el amor, la piedad filial, la venganza, la ambición, la avaricia, la duda. Muchos estudiosos de su vida y de su obra coinciden en que no existe ninguna situación dramática o dilema humano que no aparezca contemplado. María Jesús Rodríguez en su libro "Shakespeare y su tiempo" anota que el carácter intemporal de las obras de Shakespeare se debe quizá, a la profundidad que alcanzó, al retrato exacto de la complejidad de las acciones y los deseos humanos; lo asombroso, concluye, es que a pesar de ello, cualquiera puede acceder a las obras y disfrutarlas. Yo invito al amable lector de esta columna a reflexionar y a disfrutar con las grandes obras de este genio universal. Cito solo cinco de las más conocidas, y cinco de otras menos populares. Las primeras: Hamlet, Otelo, Rey Lear, Macbeth, Romeo y Julieta; las segundas: Ricardo II, Timón de Atenas, Medida por medida, Coriolano, La tempestad.

Se puede también optar por la lectura de las treinta y cinco obras teatrales analizadas en un extraordinario libro de Harold Bloom: "Shakespeare. La invención de lo humano" (Anagrama, 2014). Para los editores, la obra de Bloom es un completo, ambicioso, apasionado y convincente análisis de la obra literaria más importante del canon occidental, y del autor teatral que no solo inventó la lengua inglesa sino que-como argumenta Bloom- inventó la naturaleza humana tal como la conocemos actualmente. Antes de Shakespeare, se afirma, había arquetipos; después de él hubo personajes, hombres y mujeres capaces de cambiar, con personalidades absolutamente individualizadas. Para Bloom la "bardolatría", la adoración de Shakespeare, debería ser una religión secular más aún de lo que ya es (p.17). En su opinión, ningún escritor occidental, ni oriental, iguala a Shakespeare como intelecto, y entre los escritores incluye a los principales filósofos, a los sabios religiosos y a los psicólogos, de Montaigne a Freud pasando por Nietzsche, y afirma: "Si algún autor se ha convertido en un dios mortal, es sin duda Shakespeare. Es él, más que su involuntario seguidor Freud, nuestro psicólogo. ¿Quién puede disputarle la bondad de su eminencia, a lo que sólo el mérito elevó?" (pp. 23-25). Al lector que pacientemente haya leído hasta aquí, le deseo, como en otras ocasiones: ¡Bon Appétit!

(Economista)

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