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Temblor y populismo tricolor

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Pervertir un legítimo reclamo ciudadano es una práctica política inaceptable, sobre todo, en momentos de tragedia y de dolor. Eso pretende el PRI, encabezado por Enrique Ochoa, al proponer la reducción a cero de las prerrogativas partidistas y la eliminación total de los legisladores plurinominales.

La desesperación del partido tricolor por conservar el poder partiendo del sótano de las preferencias electorales, explica sin justificar la nueva balandronada. Tienta al tricolor la insania de hacer de la oportunidad, oportunismo. Asombran, eso sí, los otros dirigentes partidistas. Al grito de quién da más, rematan la democracia. En vez de reconstruirla, pueden socavarla.

Desde luego es menester bajar el costo de la política. No hay duda, es un legítimo reclamo ciudadano. Pero de eso a privatizarla y recortar su pluralidad so pretexto de ayudar a los damnificados y ahorrar recursos, es simple y pura demagogia.

El disparate, disfrazado de solidaridad y generosidad, no reivindica el legítimo reclamo, lo ofende por tramposo. No rescata a los damnificados, estrecha la posibilidad de su participación.

Echar mano del populismo -¿qué no lo abominaba el tricolor?- para terminarlo practicando desde la cima de la ruina y los escombros dejados por el sismo, es una grosería. En la nueva lógica priista: Jesús Reyes Heroles era un hombre de ocurrencias, Enrique Ochoa, uno de ideas. Confunden el civismo con el cinismo.

***

Puede sonar a música para los oídos una democracia con aparente costo de cero pesos para la ciudadanía, pero no es así: el costo se traslada. Y el precio de esa idílica democracia, sobre todo, en un régimen acostumbrado a hacer política a partir del dinero, supone abrir la puerta a mecenas y criminales particulares. Qué más quisieran estos que contar con gobernantes o representantes propios, alquilados o amaestrados. La otra posibilidad es que, acostumbrado a vivir del presupuesto, el priismo sin prerrogativas eche mano del desvío disfrazado de recursos públicos -tal cual lo hizo en la elección mexiquense-. Desaparecer por completo el financiamiento público conllevaría a opacar en vez de transparentar la democracia.

Quizá producto de su pensamiento neoliberal, el priismo quiera ahora privatizar la política, agitando la bandera de cero prerrogativas. Recursos públicos desviados con disfraz y patrocinadores particulares de casimir o de mezclilla serían los nuevos sponsors de partidos y candidatos. Bajo el manto de que los ciudadanos no pondrán un peso de su bolsillo, el costo recaería sobre la democracia.

En qué cabeza cabe que, de la noche a la mañana, a partir de otra reforma legislativa echa con prisa y sin reflexión, dirigentes partidistas, parlamentarios y políticos podrán hacer una política digna, austera y honesta, si durante años hicieron de la cartera, la despensa y el tinaco su más sólido argumento.

Qué paradoja. El único país de Latinoamérica que no destina recursos públicos a los partidos es Venezuela y, ahora, el dirigente priista Enrique Ochoa que tanto abomina al venezolano Nicolás Maduro, lo emula sin advertir el disgusto de más de un correligionario. El populismo retiembla en su centro, ahí, donde decían detestarlo.

Es indudable la urgencia de reducir el costo de la democracia, pero eso exige un debate serio y rápido, pero sin prisa, con plazo conclusivo y no sujeto al reloj parlamentario que marca las horas al ritmo del capricho Y, en ese debate -debate no es sinónimo de remate- deben participar dirigentes partidistas y parlamentarios, pero también especialistas conocedores del régimen electoral.

Se quiere acabar con el dispendio y el despilfarro de los partidos, no desmontar o pervertir la democracia.

***

El otro dislate tricolor es eliminar la totalidad de los senadores de minoría y a los diputados plurinominales.

De nuevo, la política del campanazo. El punto es que acabar de tajo con esa fórmula mixta dejará sin representación al electorado que no conquiste con su voto el escaño o la curul de su representante predilecto y, entonces, quedará fuera de los canales institucionales de participación. Y, sobra decirlo, cuando no hay forma de incidir en la política, la desesperación -cuando no la violencia- toca a la puerta de los regímenes cerrados. ¿Eso quiere el generoso PRI, marginar a electores y a corrientes políticas minoritarias? ¿Darles un portazo en nombre del ahorro?

En efecto, es necesario replantear la composición del Congreso para reducir su costo, pero esa cirugía exige un bisturí o un rayo láser, no una daga sostenida entre los dientes, sobre todo, cuando los dientes castañean.

Hay infinidad de fórmulas posibles para reducir la composición del Legislativo, sin restarle pluralidad a la democracia. Se puede regresar a la antigua composición de trescientos diputados uninominales y cien plurinominales y sesenta y cuatro senadores o, bien, explorar en serio cualquier cantidad de fórmulas posibles: cuatrocientos diputados a partir de doscientos uni y doscientos plurinominales, trescientos partiendo por la mitad su origen electoral o, incluso, integrar la Cámara sólo con diputados plurinominales.

Eso exige pensar, debatir y acordar, no convocar a gritos a una subasta de ocurrencias.

***

Explica la demagogia tricolor su desesperación. Aun cuando el sismo ya pasó, tiemblan los priistas frente al escenario que les deja. No se explica cómo los demás dirigentes partidistas se suman al remate de la democracia y al populismo tricolor.

 EL SOCAVÓN GERARDO RUIZ

Bautizado el socavón del Paso Exprés de Cuernavaca con el nombre del secretario Gerardo Ruiz Esparza, ojalá el funcionario lo reinaugure con la pompa y circunstancia que amerita un mausoleo. Han pasado 80 días de la apertura del socavón, y él como si nada.

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