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Respuesta permanente a las emergencias

JULIO FAESLER

Entre los temas que se acumulan en estos días destaca el de los recientes temblores. Las terribles experiencias que han sufrido varias ciudades mexicanas, y que aún siguen siendo motivo de intensas labores de rescate, han puesto en evidencia la existencia de una sociedad civil muy joven e intensamente comprometida con los valores más profundos de nuestra cultura.

La explosión de solidaridad que hemos visto desde el día siete de septiembre el del primer temblor, para después repetirse el diecinueve, fue una prueba de fortaleza y virtud. Pero lo igualmente dramático ha sido que se ha puesto en evidencia la urgente necesidad que tenemos en México de construir sistemas e instituciones de protección y rescate mayores y más eficientes para atender a todas las eventualidades que acontezcan.

El que las arduas tareas de salvamento las hayan protagonizado miles de particulares solidarios con las víctimas reveló que la sociedad civil, aún sin protocolos pre-establecidos, respondió a la emergencia con mayor rapidez que las oficinas gubernamentales. Lo anterior de ninguna manera desestima la magnífica labor de los distintos equipos de emergencia tanto nacionales como extranjeros que realizaron sus, a veces heroicos, trabajos profesionales en cada una de las centenares edificaciones afectadas. Sin ellos poco se habría logrado.

La labor de rescate requiere de conocimientos precisos, dirección, disciplina y equipos especializados, muchos de ellos muy caros. Es aquí donde aparece la necesidad de que México cuente con cuerpos institucionalizados, bien entrenados y con técnicas sofisticadas, listos para responder a todo tipo de emergencias a las que somos vulnerables como terremotos, inundaciones, incendios forestales, huracanes o incluso erupciones volcánicas.

Ya existen esos grupos civiles de voluntarios como los famosos "topos", conocidos ya a nivel internacional por la labor altruista que han desempeñado en eventos incluso en otros países. En la Ciudad de México, no había pasado ni una hora después del sismo que la inmediata labor de jóvenes, preparatorianos, universitarios y trabajadores que en masa se presentaron en todos los lugares de la tragedia. Completaron con su entusiasmo, la acción del Ejército y de la Armada, al igual que del personal hospitalario e instituciones de beneficencia empezando por la Cruz Roja. Lo que también tenemos que admitir es el desorden que reinó en ese admirable pero confusa respuesta sin coordinación.

La dimensión del trabajo voluntario que se volcó a atender los desastres en la ciudad de México fue notoriamente mayor que con la tragedia de 1985 por razones del aumento demográfico. Esto hace todavía más urgente adecuar la previsión a esta realidad.

La persistencia en la acción ciudadana también es indispensable. A medida que pasan los días es natural que vaya reduciéndose el contingente de voluntarios. Van retirándose a sus países los rescatistas que desde muy lejos llegaron a auxiliarnos. Quedan trabajando las instituciones mexicanas que son el baluarte fundamental con que cuenta la sociedad y mismas que hay que reforzar.

La acción inspirada en el admirable y generoso espíritu de entrega que aún hoy sigue en el Distrito Federal, Morelos, Oaxaca, Chiapas y Guerrero bien podría formalizarse, desde ya, por los actuales grupos de voluntarios si se animaran a mantenerse unidos independientemente de apoyos externos. Una vez tomada la decisión buscarían relacionarse con algunas organizaciones cívicas con quienes aliarse para efectos de obtener respaldos en temas de adiestramiento, adquisición de equipos y fórmulas experimentadas en distribución confiable de víveres y materiales de rescate.

Los efectos de los sismos de este mes seguirán sintiéndose por muchos años. Ha quedado claro que las fuerzas armadas con sus programas de emergencia son y deben seguir siendo la estructura y vértebra fundamental en las que descansa México para enfrentar las eventualidades, revanchas y caprichos de la madre naturaleza.

Las posibilidades de desastre no solo son para el centro y sur del país. El norte está en la línea de tornados, incendios, sequias e inundaciones repentinas e incluso inesperados socavones.

La sociedad civil tiene que estar siempre lista para aportar su esfuerzo. Los ciudadanos de cada localidad deben organizar sus comités de acción. Nuevas emergencias pueden brotar en cualquiera región. Hay que prever con tiempo y calma la mejor respuesta. Las experiencias deben servir para algo.

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