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Luto

FEDERICO REYES HEROLES

No recuerdo sus rostros, pero los conocí. Sudamos juntos en la primavera, vimos a las jacarandas florear, llegaron las nubes y nos tomaron por sorpresa, nos llovió con furia el mismo día. Claro que los conocí, si éramos vecinos de la misma laguna tramposamente recubierta, del mismo valle señorial vigilado por dos sacerdotes ecuménicos, por dos prodigiosos caprichos de la naturaleza que nos observan a veces con gorros de nieve o tristemente desnudos y cuando uno de ellos se enoja todos callamos. Cómo no los voy a conocer si padecimos las mismas ventiscas que anuncian nuestros chubascos, tan citadinos y tan tropicales y nos dijimos, allí viene el agua, cómo no conocerlos si fuimos colegas en la prisión del tránsito, si padecimos de las incontenibles extorsiones, pero también gozamos juntos de una ciudad vibrante, única, la nuestra. No, no recuerdo sus rostros, pero los conocí.

Moradores de las montañas comprendimos a la mala que eso de habitar muchos el mismo espacio puede ser una pesadilla o un muy buen hogar terrenal que, por supuesto, nunca será cercano al paraíso del que hablaban nuestros padres. porque aquí podemos enriquecer nuestras vidas, envueltos en miradas ajenas, con retos enormes que nos hacen crecer, con odios compartidos, pero también con esos días de dicha y plenitud en los cuales caminamos gozosos con poca gallardía, como dijera mi madre, porque nuestras banquetas son únicas, cada una es distinta, exclusiva en su peligro, todo para comer unos tacos. Allí vamos rogando al Señor -sea quien sea este- que los semáforos funcionen, que la electricidad no nos abandone en un capricho ingrato que altera una cotidianeidad predecible, que incluso puede ser agradablemente aburrida. Porque aquí de pronto las calles se convierten en ríos después de unas furiosas descargas celestiales, y entonces los trenes subterráneos se detienen porque, caray, no son barcos, y los peatones y automovilistas navegamos sin tener timón, y gracias a la basura que arrojamos y a las malas condiciones de nuestras cloacas, de pronto debemos equiparnos para las marejadas.

Aquí no cae nieve ni nos derretimos en el verano, pero tenemos nuestros sustos, muy nuestros, como eso de que la tierra se mueva sin aviso, en plena época de la instantaneidad informativa, los sismos casi siempre llevan la delantera. Y allí estamos esperando la amenaza de El Próximo, en una hermandad silenciosa que también nos hace gozar cuando el suelo no se mueve, por eso todos los conocimos, porque una música interna nos hacía gozar y sufrir al mismo ritmo, no sólo éramos vecinos sino pasajeros del mismo barco, de la misma travesía, del mismo potencial naufragio. Cómo no conocerlos si nos encontrábamos comprando la misma verdura y ansiosos esperábamos a los mangos, cómo no ser uno y el mismo, quizá no sólo cruzamos miradas, de seguro compartíamos las mismas emociones de la gran ciudad, la nuestra, la que nos hizo ciudadanos. Claro que los conocimos y por eso estamos de luto, porque ellos también son el nosotros.

Por eso, pasmados ante las imágenes de su entierro involuntario y arbitrario, ya sin palabras para decirles, allí vamos, estamos por llegar, resistan, cuando al límite de la esperanza nos sentimos inútiles ante la tragedia, volvemos la mirada a verlos, a vernos y su muerte es la nuestra y compartimos un luto que está más allá de las familias, de las amistades, de las conocencias, es un luto abstracto, pero muy concreto, pues como comunidad somos uno y el mismo. Su dolor, su agonía es nuestra agonía, el rayo que los partió es el mismo que pudo haber caído sobre nuestras cabezas e impedir que nos despidiéramos de los nuestros, así estuvieran a unos centímetros. Su tragedia es mía, tuya, y por eso estamos abatidos, destrozados, desconsolados, así deambulamos buscándolos, buscándonos, porque ellos están perdidos y nosotros también.

Y transitaremos por las mismas calles en las que vivieron y murieron, y volveremos a comprar aguacate en la misma esquina donde ellos lo hicieron, y quizá caminemos junto a sus hermanos o hijos o madres, sin saber que lo son y por eso mismo no les diremos nada, porque de saberlo los abrazaríamos en un silencio de hermandad. Estamos de luto por su hijo, por su hermana, por su madre, por su esposo, por su pareja, por su amigo, por su colega. Y aquí seguimos y seguiremos, neceando, sabiendo que este valle es obsesión y destino, es racionalidad y fe, es algo muy nuestro que nos hace hermanos. No hay cura inmediata, estamos en duelo, lloremos con rabia, lloremos sin pena, eran nosotros y estamos en ellos.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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