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Apuntes del temblor

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Apuntes del temblor

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ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Imágenes estremecedoras, conmovedoras. Cifras dolorosas que no dejan de fluir y actualizarse. Mensajes de aliento y solidaridad que llegan de todas partes. Críticas que suben de tono por el actuar de las autoridades y los partidos. Rostros cansados, manos polvorientas, espaldas sobrecargadas de voluntad. Perros que inspiran más que los políticos. Señales de esperanza en medio de una gran tragedia. Tras los sismos del 7 y 19 de septiembre de 2017 se ha puesto a prueba, una vez más, la condición y convicción profunda de un país azotado por la corrupción. Un país que ha vivido dos semanas intensas, repletas de sentimientos encontrados y una tormenta de impresiones que es necesario comenzar a poner en orden.

Lo primero, la solidaridad. Como hace exactamente 32 años, no fue necesario que nadie ordenara la reacción. De forma espontánea, casi natural, cientos de miles de mexicanos, ya sea en el epicentro del desastre o en la periferia del mismo, se movilizaron para rescatar y ayudar a los afectados por el terremoto. Nuevamente la autoridad fue a la zaga y, lamentablemente, no pocas veces para estorbar más que para apoyar. Los ciudadanos tomaron las riendas otra vez, contra todo y a pesar de quienes han intentado aprovecharse de la tragedia para lucrar económica o políticamente. A pesar de los estigmas y las etiquetas injustas, los jóvenes están dando una gran lección de humanidad.

La entrega de quienes habitan esta nación, durante el interminable hurgar entre las ruinas, ha marcado una huella en un planeta que se ha volcado en su auxilio con la misma actitud solidaria. Porque los malos mitos del mexicano también se han derrumbado. De pronto, somos un ejemplo para el mundo, en medio de una situación por demás adversa. Como laguneros, no podemos dejar de reconocer la empatía que se ha mostrado en estas tierras en donde los fenómenos naturales son menos frecuentes y violentos que en las costas o en el centro y sur del país. El dolor de otros no nos es ajeno, y esto, en una sociedad bombardeada de mensajes egoístas, es digno de tenerlo muy presente.

Pero también hay rapiña, oportunismo y mezquindad. La fortaleza y dignidad de las legiones de héroes y heroínas anónimas no han contagiado a todos. Tristemente hay quienes han observado la desgracia bajo la óptica exclusiva del beneficio personal. No parecen ser muchos, pero sí hacen mucho daño. Lucran con la necesidad. Roban lo que otros donan. Obstaculizan la labor de quienes quieren ayudar. Intentan aprovecharse de la fraternidad de miles con la mira puesta en una elección. Pretenden capitalizar el momento para construir sus plataformas, no para reconstruir este dolido país. Los comerciantes insensibles deshonran a su gremio. Los delincuentes contumaces reafirman su condición sociópata. Los políticos y gobernantes mezquinos exhiben claramente el porqué no se merecen al pueblo que dicen liderar.

Hay mucho que aprender de todo esto. Si bien ha habido una masiva reacción positiva para enfrentar la desgracia, ésta no se ha reflejado igual en todas las zonas afectadas. Hay comunidades que no han recibido la atención que requieren, incluso teniendo más daños que otros sitios. Hay damnificados invisibles todavía, y en este aspecto los gobiernos, primero, y los medios de comunicación, después, comparten la responsabilidad. Y precisamente en la comunicación, la mala información o la información no verificada que se ha replicado merece un profundo ejercicio de autocrítica por parte de los medios, y una obligada rendición de cuentas por parte de quienes fungen como fuentes oficiales y que no han sabido aportar la información adecuada y certera que demanda la población.

En el principio, mucho antes del temblor, fue la corrupción. Dicen que no hay "desastres naturales" sin responsabilidad humana. O que hay fenómenos que se convierten en desastres por malas decisiones tomadas por las personas. Lo cierto es que el terremoto ha dejado al descubierto la corrupción sobre la que se construyen las ciudades. ¿Por qué ese edificio levantado hace no más de 10 años se vino abajo si existe una norma de construcción para zonas sísmicas? ¿Por qué no se cumplieron los protocolos? ¿Por qué no se informó a la gente que debía abandonar esa comunidad y por qué no se le ayudó a fincar su hogar en sitios menos vulnerables? Mientras alguien se beneficia por un acto de corrupción, miles sufren la consecuencia.

Pero entre las ruinas, surge un sueño. A pesar de lo malo, y por eso mismo, se vale abrigar la esperanza de que de los cientos de miles de personas, muchos de ellos jóvenes, que se han movilizado para ayudar de forma desinteresada, puedan surgir los focos de renovación sociopolítica que necesita este país. Porque más allá de la discusión sobre si los partidos deben o no renunciar a los recursos públicos que el Estado mexicano les regala, para en cambio destinarlos a la reconstrucción, lo cierto es que la clase política actual ha sido completamente rebasada, y carece de la autoridad moral para emprender una tarea de este tamaño. Ellos (habrá sus excepciones) juegan a fingir que el país les interesa para obtener lo único que les importa: votos que les den poder. Los ciudadanos (también hay sus excepciones) son los que están cargando en sus hombros a este país. O que se atreva alguien a decir lo contrario en la cara de los miles que hoy arriesgan su vida por salvar la de otros.

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