EN EL TERREMOTO, SEÑOR, ACUÉRDATE DE LA MISERICORDIA
Los acontecimientos catastróficos han exigido lo mejor de nosotros como mexicanos; han despertado en el ánimo de una gran parte de la población, los sentimientos de auténtico amor que todo ser humano posee por naturaleza. Se ha descubierto la presencia de Dios en medio de las dificultades y sufrimientos. ¡Hay esperanza!
Lo que pasa en el país puede provocarnos miedo, pero contemplemos también la paz. Ante el desastre, también el hombre manifiesta lo mejor de sí: misericordia, compasión, búsqueda de alguien y ofrecimiento de nuestra propia vida para salvarlo. La fidelidad a Dios es camino de sobrevivencia.
El cántico bíblico del profeta Habacuc (cap. 3), trae a nosotros las imágenes que hemos vivido y estamos viviendo: "Se detiene, y tiembla la tierra, mira, y dispersa a las naciones; se desmoronan las viejas montañas… Hiendes con torrentes el suelo, al verte se retuercen los montes, pasa una tromba de agua, el océano alza su fragor, levanta sus brazos a lo alto" Pero ve con esperanza en estos acontecimientos la presencia de Dios: "sales a salvar a tu pueblo, a salvar a tu ungido" (hab. 3, 6. 10. 13).
El pueblo que ya estaba enojado desde antes de terremotos y ciclones con la impunidad y la corrupción, ha añadido ahora la acción creativa, organizada, fuerte y multitudinaria. Agobiado por el cansancio de haber levantado escombros, reclama a la clase política el no alzar ni un dedo, y se dispone también a limpiar el país de la clase política. Denuncia corruptelas e ineficiencias y ya no confía ya en quienes percibe que se aprovechan de la desgracia y sacan tajada de la situación. Ya no son indiferentes ante actos variados de ineficiencia, corrupción y promoción de imagen, cuando parecía que ya eran parte del sistema y que por tanto no podrían cambiarse.
En general la población se ha hecho más crítica de la realidad; ya percibe el alcance de ayudas solidarias internacionales, de movimientos económicos transnacionales, de las consecuencias en la nación mexicana. No sólo ya no se deja engañar, sino que protesta airadamente contra quienes intentan hacerlo. La complejidad de los fenómenos sociales, políticos y económicos, son ahora descifrados bajo la lupa de quienes perciben la realidad desde la desgracia, el dolor, la pobreza y la urgencia de rescate y reconstrucción. El temblor descubre la corrupción escondida en concesiones de construcción aparentemente legales; ahora el pueblo toma en sus manos ensangrentadas las víctimas mortales de la corrupción, y percibe a los corruptos como asesinos y ya no como sagaces prestidigitadores. Busca culpables y exige castigo.
La comunidad reclama el cumplimiento de sus funciones y obligaciones a todos los órganos gubernamentales; mientras lleva su valiosa contribución a los centros de ayuda, sabe que aunque ha dado todo lo que tenía., no será suficiente si los funcionarios no hacen su trabajo. La exigencia es airada y fuerte.
Los partidos, que ya se frotaban las manos ante la jugosa distribución de 13 mil millones de pesos para las elecciones del año próximo, han visto el fuerte reclamo de la sociedad, que pide utilizar el dinero del pueblo para lo que el pueblo necesita. Es cierto que se necesita dinero para fomentar la democracia y para evitar los riesgos de financiamientos ocultos por parte de intereses particulares, económicos o del crimen organizado; pero la experiencia de años anteriores muestra que no se ha crecido en democracia, por el mal uso de estos recursos. La población está cierta que nuevamente se volvería ha hacer lo mismo. La fuerza de esta petición ha tenido ya frutos, evidenciando la fuerza que ahora la comunidad ha adquirido para lograr cambios.
Hacía falta volver a sentir que nos necesitamos, que tenemos una responsabilidad para con los demás, que vale la pena y da resultados positivos la participación. Estos huracanes y terremotos han despertado una fuerza mayor que la que ellos tienen: la fuerza del amor que transforma la realidad.
Por: Arturo Macías Pedroza
