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Mujer: se le puede violar y matar

DAVID PÉREZ

Desde el pasado viernes, después de enterarme del asesinato de Mara Castilla, me hago la pregunta: ¿Si un hombre hubiera abordado ese servicio de Cabify estaría vivo? Al considerar todas las posibilidades, la respuesta oscila con duda entre sí y no. De los que no hay duda es que estamos frente a un feminicidio. Pero no un feminicidio sin más, sino que éste sucede en medio de una cultura que ya normalizó distintas violencias.

Si un hombre hubiera subido a ese servicio de transporte en concreto, seguramente estaría vivió y sin sufrir violencia sexual. Aquí radica lo lacerante de este suceso. Sólo por ser mujer. Porque nuestra cultura en general asume que el cuerpo femenino puede ser solamente un objeto, ya sea de abuso o de control; y además, se le puede quitar la vida, por eso, por ser mujer.

Dichas condiciones no son biológicas, hemos configurado así nuestras relaciones. Dispares, en binomios opuestos, excluyentes y de dominación. Así las cosas, ser hombre es estar por encima de una mujer. Por eso podemos disfrutar mayoritariamente de prostíbulos, mens club, salas de masajes, etc., porque son cosas de hombres y está bien. Por eso nos alegran el día las fotografías y los videos que recibimos vía WhatsApp, donde el cuerpo femenino es cosificado, dominado, exhibido, y explotado económicamente. No hay problema, es la ley de la oferta y la demanda.

El asesinato de Mara Castilla Miranda no es un caso aislado. Algunas ONG del estado de Puebla contabilizan 83. Las cifras oficiales van en 58. Un problema de criterio. Diana Russell y Jill Radford (Feminicide, the politics of woman killing, 1992) describen el feminicidio como el proceso constante en el que lo masculino se impone a lo femenino en una serie de prácticas verbales y físicas, como lo son: violación, prostitución, acoso sexual, operaciones ginecológicas innecesarias, esterilización forzada, maternidad forzada, entre otras. Todo encaminado al menoscabo de la vida de la mujer. Violencia de género llevada hasta el extremo de asesinar.

El reto consiste en que tal categoría de análisis norme el criterio del código penal y su aplicación. Muchas veces se está lejos de ello. El criterio del feminicidio como un proceso no está presente en nuestra cultura general y tampoco en la operación de nuestras instituciones. De allí que no todos los delitos por feminicidio se asuman como tal. Por eso ante un feminicidio abundan las reacciones, por parte de funcionarios y de muchos ciudadanos, como: "ella se lo buscó", "qué estaba haciendo en la calle a esa hora", "para qué se viste así", "eso le pasó por andar de borracha".

Nuestra justificación y normalización de la violencia no se limita al feminicidio. Cuando es asesinada una persona que practica actos ilícitos se suele afirmar: "él se lo buscó"; en los casos de las desapariciones forzadas, una sentencia común es: "en algo andaba metido"; cuando vemos la imagen de tres adolescentes ejecutados, nos preguntamos: "en dónde están sus papás". Lo justificamos pronto. Poco se cuestiona al Estado y a sus instituciones.

Han pasado años desde que la ONU reportó que en México durante el año 2013 sucedieron siete feminicidios diarios. Hasta antes del presente año eran muy pocas las manifestaciones masivas de repudio a estos hechos. Los casos de Lesvy Osorio y de Mara Castilla han provocado que, en medio de una cultura que normaliza las violencias, un sector se organice y se manifieste. No puede quedar allí. No podemos pasar de la impunidad legal a la impunidad cívica.

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Escrito en: David Pérez

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