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Cultura: el desarrollo espiritual

FRANCISCO JAIME

La cultura a lo largo de la historia ha sido un tema -al menos en nuestro país- desdeñado, relegado, despreciado pues. Pero esa actitud no le resta la importancia que intrínsecamente tiene, como abajo se podrá evidenciar.

De entrada me gustaría aclarar: Escribo este artículo con interés y preocupación. Interés porque considero relevante el tema que hoy me ocupa para el desarrollo integral en nuestro país; preocupación porque consciente de mis limitaciones, no creo que un concepto con tantos significados pueda resumirse en unas cuantas líneas. Al leer cualquier libro serio de Historia de la Cultura, por ejemplo el de Hanns Leo Mikoletzky, nos percatamos de que hablar de cultura es hablar del hombre: la familia, la casa, usos y costumbres, su relación con la sociedad. Es hablar del ambiente espiritual: la ética y la moral, la filosofía y las ciencias. Es hablar de las moradas de la ciencia y sus auxiliares. Es hablar de las artes plásticas, la música, la literatura, el teatro, el cine, la radio, la televisión. Es hablar de la vida política: la evolución de los estados, el nacimiento de las ciudades, la guerra y la paz. En fin, es hablar del espacio vital económico: la economía y el comercio, el sistema monetario y financiero, el correo, el telégrafo, las telecomunicaciones, el transporte, la técnica y en años recientes la internet.

Octavio Paz nos recuerda que cultura es una palabra que tiene diversas y contradictorias acepciones ("Televisión: Cultura y Diversidad", en Hombres en su siglo y otros ensayos. 1984: 67-80, Seix Barral): "La palabra es de origen agrario: cultivar la tierra significa labrarla, trabajarla para que dé frutos. Cultivar el espíritu o cultivar un pueblo significa labrarlos para que den frutos. Cultura es una palabra ligada a la tierra, al suelo; civilización implica la idea de construcción social, histórica. Por eso se puede hablar de cultura popular pero no de civilización popular". Al preguntarse ¿Qué es cultura entonces?, responde: "En el sentido limitado al que me he referido es el conjunto de cosas, instituciones, ideas e imágenes que usa una sociedad determinada, ya porque las haya inventado o porque las haya heredado o porque las haya adoptado de otras culturas".

Por la claridad y belleza de su prosa, transcribo otro largo párrafo de este iluminador ensayo: "Algunos intelectuales y periodistas norteamericanos, populistas nostálgicos de las culturas tradicionales europeas, inventaron la existencia de dos culturas antagónicas: alta cultura y cultura popular. Esta idea, traducida al mexicano, ha sido usada como arma polémica por algunos. La alta cultura es elitista y reaccionaria; la cultura popular es espontánea y creadora. Lo curioso es que en México, los apóstoles de la cultura popular son intelectuales minoritarios, miembros de cerradas cofradías y devotos de ceremonias en las catacumbas". Por otra parte, ya desde el siglo XVIII, el gran filósofo alemán Immanuel Kant apuntaba que nos cultivamos por medio del arte y de la ciencia y nos civilizamos al adquirir buenos modales y refinamientos sociales; mientras que el etnólogo británico, E. B. Taylor, a fines del siglo XIX había dicho que la principal tendencia de la cultura desde los orígenes a los tiempos modernos ha sido del salvajismo a la civilización.

Quizá la definición de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura reúna los elementos básicos de esta compleja palabra. En la Declaración Universal sobre Diversidad Cultural establece: "la cultura debe ser considerada como el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias" (p.4). Ahora bien, si la cultura es parte fundamental para el desarrollo intelectual y espiritual del ser humano, porqué entonces ese desdén, ese desprecio de los gobiernos para fomentarla? Una hipótesis pudiera ser que en la mayoría de los países, sobre todo los menos desarrollados, la prioridad es satisfacer primero las necesidades básicas de la población: alimentación, educación básica, salud, y posteriormente, canalizar recursos a la cultura, sobre todo la popular. La alta cultura se deja normalmente en manos de los mecenas del sector privado.

Estoy convencido, porque así lo he experimentado a lo la largo de mi vida, del valor de la cultura: representa para mí un manantial, un oasis, una fuente inagotable de conocimientos y experiencias, de placer, de entretenimiento. La cultura nos hace crecer, enriquece nuestras vidas, nos permite explorar nuevos horizontes intelectuales, nos nutre, nos perfecciona. Además, como todos sabemos, en materia de entretenimiento es una de las alternativas más económicas que se puedan encontrar.

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