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Cómo ser coreanos

JUAN VILLORO

Acabo de participar en la Feria del Libro de Costa Rica, donde fui testigo de algo que ya había presenciado en el festival Centroamérica Cuenta, de Nicaragua: México despierta entusiasmos cuando se habla de cultura y recelos cuando se habla de futbol.

Por desgracia, los estadios expresan el ánimo popular mejor que las librerías. ¿Qué ha sucedido para que México sea tan odiado en las canchas vecinas? En su último partido clasificatorio para Brasil 2014, el Tri viajó a Costa Rica para medirse con una selección que ya tenía su pase asegurado. Pero los ticos no se limitaron a cumplir un trámite: nos derrotaron con pasión y merecimiento. En forma simultánea, Panamá enfrentaba a Estados Unidos. Si México perdía y Panamá ganaba, quedaríamos fuera del Mundial. Cuando los costarricenses supieron que Panamá había anotado un gol, celebraron como si la anotación cayera en ese estadio. Finalmente clasificamos, pero el repudio quedó ahí.

Este encono no sólo es deportivo. Deriva de las relaciones asimétricas que tenemos con otros países. El maltrato que los migrantes centroamericanos sufren en México es aun más vejatorio que el que nuestros paisanos sufren en Estados Unidos. Además, nuestra política exterior se ha alejado de América Latina. El país que contribuyó a los acuerdos de paz en El Salvador, reconoció a los sandinistas como fuerza de negociación y creó el Grupo de Contadora, ahora busca ofertas en China y Estados Unidos.

El gobierno de Peña Nieto ha consentido a los inversionistas extranjeros con la reforma energética y con planes de inversión que alteran las leyes de protección a los recursos naturales, vigentes desde tiempos de Lázaro Cárdenas y Miguel Ángel de Quevedo. Los beneficios a corto plazo se han privilegiado por encima del desarrollo sustentable. ¿Es posible que México cuente con la solidaridad latinoamericana para enfrentar a Trump sin trazar estrategias comunes?

El tema ya ingresó a una zona emblemática del espíritu de la época: las telenovelas. En la serie colombiana Café con aroma de mujer (1994-1995), los productores latinoamericanos se reúnen en Londres para hacer frente común en la negociación de precios del café. Pero un país los traiciona, buscando convertirse en el favorito de los poderosos. Sabemos cuál es.

"¿Por qué los odiamos tanto?", me preguntó un aficionado del Heredia en la feria de Costa Rica. Naturalmente, pedí que fuera él quien lo explicara. Habló de la actitud arrogante de las televisoras mexicanas y la de algunos futbolistas, del mal trago que amigos suyos han pasado en México y resumió así sus preocupaciones: "No es su gente, es su gobierno".

Al regresar, supe que Aurelio Nuño, aspirante a la Presidencia, propone que seamos como Corea del Sur y no como Venezuela. He hablado con el secretario de Educación; sé que no le faltan conocimientos ni elocuencia, pero acaba de incurrir en el discurso que tantos latinoamericanos le reprochan a México.

El gobierno de Maduro es reprobable y el desarrollo de Corea del Sur envidiable. Sin embargo, postular una vía coreana al éxito es tan absurdo como lo fue pensar que el TLC nos llevaría al "primer mundo". Los índices de seguridad, educación, conectividad, igualdad e innovación de Corea del Sur derivan de una sociedad que estamos muy lejos de emular. Para "coreanizarnos" deberíamos entender que el fundamento de su desarrollo es el lenguaje. El rey Sejong, consolidador de ese país, promovió la invención de un eficaz alfabeto y entendió que el futuro dependía de la lectura. Murió en 1450. En forma emblemática, el museo que lo honra está consagrado a la lingüística. En los billetes coreanos, los próceres son filólogos y artistas. Su bandera tiene un contenido filosófico y científico: el yin y el yang de la dialéctica, y la representación de los cuatro elementos de la Tierra, simbolizados por un sistema de barras descifrable para cualquier inteligencia.

Después de la Guerra de Corea, el país prosperó en forma vertiginosa pero desordenada. Para compensar el caos, en 2001 se comenzó a edificar una villa desde cero: Paju. ¿A qué fin se dedicó esta urbe modelo? Al más importante desde tiempos de Sejong: los libros. Detrás de cada patente de Samsung hay un sostenido uso del alfabeto.

Si seguimos el ejemplo de Corea del Sur, en cinco siglos seremos como ellos.

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Escrito en: Juan Villoro

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