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La república vulnerable

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ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Dentro de la diplomacia existe una estrategia elemental para obligar a la contraparte a ceder en un asunto específico de una relación bilateral, a saber: convertir las debilidades del otro en fortalezas de uno. Se trata de uno de los principios básicos del Arte de la Guerra de Sun Tzu, el gran estratega militar chino de la antigüedad. Las grandes potencias han venido aplicando esta lógica en sus diplomacias desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Lo ha hecho Estados Unidos y lo sigue haciendo hoy con México, por ejemplo, en el contexto de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). El gobierno de Donald Trump está aprovechando las debilidades de la república del sur del río Grande para tratar de imponer sus condiciones y alcanzar sus objetivos por más excesivos y absurdos que parezcan. El problema no es tanto que Trump intente atacar las flaquezas del Estado mexicano y su gobierno para conseguir doblegarlo. El problema de fondo radica en la existencia de dichas flaquezas que, frente a las fortalezas del poderoso vecino del norte, hacen de la nuestra una república vulnerable.

La semana pasada en este mismo espacio comenté que la corrupción es una de las principales debilidades de nuestro sistema sociopolítico. Poco más se puede decir de una realidad tan abrumadora como el hecho de que México está considerado el país más corrupto de los 35 que conforman la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE). Se estima que este flagelo le cuesta al país el equivalente al 10 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), unos 2.07 billones de pesos. Pero más allá del desprestigio y el lastre económico, están las consecuencias políticas. Que Estados Unidos sea el eje de las finanzas del mundo es una de las causas por las que muchos utilizan su sistema financiero para guardar o triangular su riqueza. Esto ha permitido al gobierno norteamericano hacerse de cuantiosos recursos vía la confiscación de cuentas y bienes de políticos y criminales mexicanos investigados por autoridades del aquel país, y de paso usar estos casos como forma de presión hacia las cabezas de un régimen carcomido por la corrupción. El margen de maniobra de un gobierno que teme ser exhibido por otro disminuye considerablemente en medio de cualquier negociación.

La inseguridad es otro de los grandes problemas de México. Desde el sexenio de Felipe Calderón y ahora con Enrique Peña Nieto la descomposición social y la violencia no han dejado de crecer. México es también el país más inseguro de la OCDE, y esto tiene que ver mucho con la corrupción, que permite en buena medida que haya impunidad y que las estrategias de seguridad no funcionen, a pesar de la ingente cantidad de recursos que se gastan año con año. Para darnos una idea, según datos publicados hace unos días, el presupuesto para seguridad ha crecido 61 por ciento en los últimos siete años, pero 2017 se perfila como el año más violento de la historia reciente del país. Traducido en impacto económico, se calcula que la violencia le cuesta a la República Mexicana 18 por ciento del PIB. Pero el costo humano es mucho mayor. Según cifras oficiales en los dos últimos sexenios alrededor de 200,000 personas han sido asesinadas en este país y se calcula que la cifra de desaparecidos roza ya los 30,000. Tal y como ocurre con la corrupción, el gobierno de Estados Unidos tiene manera de presionar al de México con la carta de la inseguridad, ya sea emitiendo alertas de viaje a destinos turísticos que registran altos niveles de violencia, o condicionando la ayuda para el combate al crimen organizado.

El tercer jinete de las flaquezas de México se llama desigualdad. Según el Banco Mundial, el nuestro se encuentra en la lista de los diez países más desiguales del mundo, un grupo en el que también aparecen naciones como Haití, Ruanda, Brasil y Honduras. Y la brecha socioeconómica se sigue ampliando. Para darnos una idea de lo agudo del problema, basta citar que, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en 2016 la desigualdad alcanzó cifras récord en México, en donde el 10 por ciento de la población concentra el 80 por ciento de la riqueza del país. Mientras que en México existen unas cuantas familias muy ricas capaces de competir codo a codo con las grandes multimillonarios del mundo, casi la mitad de la población vive en pobreza y un diez por cierto sobrevive en la miseria. Imposible pensar que una nación con este abismo en la posesión de bienes económicos y materiales pueda considerarse unida. Ingenuo creer que millones de personas que no saben siquiera qué van a comer hoy puedan compartir los mismos intereses con aquellos magnates que poseen más dinero que muchos pequeños países del mundo. Y esta flaqueza también es utilizada por el gobierno de Estados Unidos en la medida en la que pretende frenar la inmigración, única esperanza de muchos mexicanos empobrecidos e importante válvula de escape para disminuir la presión social de este lado de la frontera.

El cuadro lo completa la desconfianza. México es, de iure, una democracia, pero de facto es una partidocracia muchas veces sometida o vinculada a una oligarquía económica. En general, los ciudadanos no creen en su sistema político y desconfían profundamente de sus instituciones. Según datos de un estudio realizado por el extinto Instituto Federal Electoral, apenas dos de cada 10 mexicanos tienen confianza en sus diputados. Una suerte similar (menos de tres da cada diez) es la que corren los partidos políticos, sindicatos, policías y jueces. Esta desconfianza se traduce muchas veces en insatisfacción con la vida pública, lo cual, a su vez, puede redundar en apatía, falta de participación o en una postura extrema de rechazo a todo lo que huela a política. Nuevamente, esta debilidad es aprovechada por el gobierno norteamericano exhibiendo las incapacidades de las instituciones mexicanas y su régimen en conjunto y ahondando así la desconfianza de los mexicanos en su representantes. Insisto, el problema no es que Estados Unidos se aproveche de estas flaquezas, el problema es la existencia de las mismas. Si no queremos que nuestra república siga siendo tan vulnerable, es menester trabajar en serio por disminuir estas debilidades. Todo lo demás es hacerse tontos y sumergirse en el autoengaño.

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