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Estar confiados

JULIO FAESLER

Es importante este momento. A insistencia del gobierno de los Estados Unidos se renegocia el TLCAN. Por nuestra parte estamos firmes en no dejar que se esfumen en tal proceso las ventajas que hemos consolidado. Queremos reafirmar las características del Tratado que lo inspiraron y le dieron sentido y validez.

En realidad estamos tratando de echar atrás el reloj. Por mucho que digan que se trata de modernizarlo, lo que estamos haciendo con estas nuevas pláticas en que participamos los representantes de los tres países, es confirmar la tesis de que el Continente de Norteamérica está destinado, por fuerzas innatas de geografía y economía, ciertamente no culturales, a alojar nuestras tres comunidades en un gran espacio común del que sólo somos parte.

No puede negarse la evidente conveniencia de construir un mercado que sume a los tres países. Más de 450 millones de consumidores son los primeros en aplaudirlo. La variedad de sus opciones en los malls y tiendas esparcidas por toda la región ofrece es el fruto tangible de la globalización. En ella expresan su poder de compra, a cualquier nivel que puedan.

Aumentar el intercambio de productos agrícolas e industriales como resultado del aprovechamiento más racional de todos los recursos humanos y materiales de los tres países es en si un gran logro. En ello México sale ganando siempre y cuando se traduzca en más empleos, educación y mejoramiento general de niveles de vida de todos.

Hasta ahora la moderada realización de esos objetivos se confirma con el más somero repaso de las estadísticas: las ventas de México a sus dos mercados norteamericanos en los 23 años de vigencia del Acuerdo se han multiplicado varias veces al igual que han crecido las inversiones todo ello especialmente de los Estados Unidos a los que dirigimos más del 80 % de nuestra exportaciones.

Se ha cumplido en buena medida la misión que se le asignó al TLCAN desde su inicio: estimular el crecimiento socioeconómico y, haciéndolo, crear empleo, crear una nueva imagen del país y situarlo en lugares de importancia en el consorcio internacional.

El esfuerzo del gobierno ha sido definitivo. Se ha acondicionado todo el esquema productivo desde sus bases para instalar los mecanismos que el TLCAN requería. La adhesión al GATT en 1985 preparó la transformación de México de ser un país relegado a condiciones de irreparable atraso a ser uno que se entrega a la tarea de transitar con decisión el camino que nos llevó a figurar como miembro prominente en el escenario mundial. Este paso consciente fue tan central como el que se tomó, al terminar la Segunda Guerra Mundial, de emprender el proceso industrializador.

El costo ha sido alto. El TLCAN significó abandonar por completo todos los elementos que integraron el anterior proceso de desarrollo basado en impulsar la creación de la planta industrial nacional con políticas diseñadas para ese propósito para, a partir de 1994, sustituirlo con principios diametralmente contrarios que exponían a la planta industrial nacional a la cruda competencia internacional sin tomar en cuenta su impreparación para ello.

El drástico viraje fue decidido por el gobierno mexicano, no por la comunidad industrial. El desarme tarifario, la eliminación de las protecciones arancelarias y administrativas fue a instancias de la sintonía que nació entre los compañeros de escuela de ambos países que habrían de diseñar e instalar el nuevo régimen económico siguiendo modelos europeos y norteamericanos. Los principios intrínsecos del TLCAN generaron el nuevo panorama nacional.

Es inevitable entender que mucho del éxito del TLCAN no radica tanto en nosotros sino en las muchas empresas extranjeras, especialmente las de los Estados Unidos, que buscando su conveniencia han desarrollado el potencial de nuestros recursos humanos y materiales que durante innumerables décadas nosotros debimos haber realizado.

Frente al aumento de las exportaciones que el Tratado estimuló y de sus indudables beneficios para muchos, hay que tener una clara noción del costo que todo el proceso significó para México.

La historia es antigua. El comportamiento de nuestra comunidad industrial, con pocas y muy destacadas excepciones, ha sido de un lento y cómodo paso confiado en la cercanía del mercado seguro al norte y en la paciencia del comprador nacional.

Los hechos están a la vista. Las exportaciones manufacturadas de México siguen constituidas mayoritariamente por componentes extranjeros. Las decisiones sobre cuáles y donde y cuántos de nuestros recursos hay que explotar se toman en oficinas extranjeras. Para eso se hizo el Acuerdo. Los esfuerzos del empresariado mexicano por diversificar sus exportaciones son lentas, como si las sacudidas que se anuncian en el mercado norteamericano no calaran.

El TLCAN se negocia pero, no hay que decirlo, en la secreta convicción de que prevalecerá. Con o sin "modernizaciones". No hay que preocuparnos.

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