Columnas la Laguna

MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Belén era una de las muchas loquitas que deambulaban por las calles de mi ciudad, Saltillo, a mediados del pasado siglo.

Nadie, ni los suyos, sabía la razón de su locura. Algunos contaban que había sufrido un golpe en la cabeza. Otros aseguraban que el golpe lo recibió en el corazón. El caso es que Belén, llamada así porque nació el 25 de diciembre, era una inocente, eufemismo que la gente usaba para referirse a los que estaban mal de la azotea. Ése era otro eufemismo.

Belenita entraba en las casas como si fueran la suya. En aquel tiempo todo mundo dejaba abierta la puerta de la calle. Iba al patio; miraba la fuente, las macetas con flores, y decía luego: "¡Qué bonito!". Llegaba a la catedral; veía con unción la imagen del Señor de la Capilla y volvía a decir: "¡Qué bonito!". Caminaba por la calle de Victoria; se detenía frente a los aparadores de las tiendas y repetía en todos: "¡Qué bonito!".

Todo le parecía hermoso a Belenita. Un día ya no despertó. Murió en su sueño. El señor cura García Siller, que ofició sus funerales, dijo en su sermón que seguramente cuando Belenita llegó al Cielo exclamó: "¡Qué bonito!". Los que escucharon sus palabras rieron y lloraron a la vez.

¡Hasta mañana!...

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