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Exiliar a la noche

Contaminación que impide ver la Vía Láctea

Foto: Archivo Siglo Nuevo

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REDACCIÓN S. N.

Producir la energía para mantener encendida una urbe refuerza el efecto invernadero, implica un consumo importante de recursos energéticos y provoca emisiones de dióxido de carbono.

La polución lumínica es definida como un tipo de contaminación caracterizada por una emisión de luz persistente, intensa y con gasto de recursos en exceso. Su principal causa es un alumbrado público ineficiente y mal planeado.

Contribuyen a acentuar el problema prácticas como el uso de proyectores y cañones láser, así como los anuncios luminosos utilizados sin controles adecuados.

Hay tres categorías de las maneras en que los focos ensucian la vida en el planeta. La primera, el resplandor, consiste en la iluminación pública que proyecta luz hacia la cúpula celeste. A este respecto son particularmente ineficientes las farolas tipo globo.

El exceso de lámparas prendidas produce en las grandes ciudades una especie de burbuja que impide apreciar el cielo nocturno, las constelaciones y diversos eventos astronómicos. El firmamento queda vedado a menos que se utilice un telescopio.

La 'luz intrusa', la segunda categoría, es la que entra al hogar ocasionando que las personas en su interior se vean obligadas a tapar ventanas o cuando menos cubrirlas parcialmente para asegurar la oscuridad adecuada a la hora de dormir.

La tercera manifestación es el encandilamiento, efecto provisto por los faros de los coches que transitan de noche o bien por los anuncios publicitarios. Afectan la visión de los individuos y pueden ser la causa de accidentes automovilísticos o ceguera parcial.

ATLAS

La polución lumínica es un fenómeno extendido. Una investigación realizada por científicos de Italia, Alemania, Israel y Estados Unidos y publicada como artículo en la revisa Science Advances en junio de 2016 concluyó que más del 83 por ciento de la población mundial y 99 de cada cien estadounidenses o europeos viven bajo cielos afectados por los artefactos humanos para alumbrar la oscuridad.

El país con mayor contaminación lumínica, señalan en el texto titulado titulado El nuevo atlas mundial del brillo artificial del cielo nocturno, es Singapur. Allí la población entera vive bajo un cielo que brilla a todas horas gracias al sol y a las fuentes de luz artificial. Otros países con condiciones similares son Kuwait (98 por ciento), Qatar y Emiratos Árabes Unidos.

Las poblaciones menos afectadas se encuentran en Chad, Madagascar y la República Centroafricana. En estos territorios más del 75 por ciento de sus habitantes vive bajo condiciones de cielo prístino.

Contemplar la Vía Láctea, indican los investigadores, está vedado para más de un tercio de la humanidad, eso incluye a 60 de cada 100 europeos y excluye solamente a dos de cada 100 norteamericanos. Los seres humanos, puntualizan, han envuelto al planeta en una niebla luminosa que impide a la población observar la galaxia.

La proliferación indiscriminada de fuentes de luz tiene su origen, entre otros factores, en la creencia de que aclarar la vida incrementa la seguridad en los caminos y previene crímenes. No obstante, señalan los representantes científicos de cuatro países, esa idea no está basada en evidencia científica.

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ALTERADOS

De los datos enunciados se puede extraer que la contaminación salida de los focos es un problema que afecta, principalmente, a la gente de las grandes ciudades o con alta actividad industrial. La consecuencia más fácil de percibir es la ausencia, por las noches, de un cielo estrellado. También tiene implicaciones en materia ambiental y una influencia nociva en el mecanismo del sueño.

La luz intrusa, esa que llega hasta la recamara de un hogar, ocasiona una merma en las horas de descanso. La falta del necesario reposo se traduce en estrés, ansiedad y manifestaciones de corte físico como dolor de cabeza y fatiga.

La imitación de diurnas condiciones acarrea desde insomnio hasta alteraciones del ritmo cardíaco y desfases del reloj biológico.

El uso exagerado de celulares, tabletas y otros dispositivos electrónicos tiene entre sus primeros damnificados a la vista, el sueño y la concentración.

El ser humano, más allá de circunstancias de corte personal, laboral o social que lo llevan a andar de noche, es diurno. Sustituir la radiación solar por la artificial manera de alumbrar la noche y la madrugada provoca en el cuerpo cambios en sus funciones fisiológicas, esto podría derivar en enfermedades tan graves como algunos tipos de cáncer.

En marzo pasado se dieron a conocer los resultados de un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Ohio, en Estados Unidos.

Los experimentos con hámsteres adultos generaron evidencia de que las consecuencias de la polución lumínica también se transmiten de una generación a otra.

Se formaron tres grupos de roedores: uno fue expuesto a luz tenue durante la noche, a otro lo mantuvieron iluminado las 24 horas del día mientras que al tercer conjunto le dieron condiciones normales de radiación solar y oscuridad.

Las crías del segundo conjunto presentaron un decremento en la respuesta inmune cuando eran expuestos a una sustancia externa, cambios en la actividad genética y daños potenciales en el sistema endocrino.

El cultural es otro ámbito que sufre variaciones a consecuencia de mantener los focos prendidos. Entre más grande es una urbe, más gente verá trasladados sus esfuerzos cotidianos a un horario nocturno. Esto acarrea la necesidad de una mayor iluminación dentro de casas y oficinas.

El hábitat es otro concepto que resulta perjudicado por el exceso de luminiscencia. Cuando se irradia una exagerada cantidad de luz durante la noche, el ecosistema pierde el balance, los escenarios de la vida silvestre se ven afectados y vienen cambios como el aumento de la población de algunos insectos (o su disminución) en zonas conurbadas o rurales.

La flora se ve afectada con pérdida de biodiversidad, la polución lumínica afecta la floración de los vegetales y contribuye al cambio climático dado que apenas un 5 por ciento de la energía empleada por un foco se convierte en luz, el 95 por ciento se va por la atmósfera como calor.

MÉXICO

En la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) señalan que no hay un mapa especializado para clasificar a las urbes mexicanas según su luminosidad. Lo más parecido a una cartografía de los puntos lumínicos en cielo nacional, señalan en el Instituto de Astronomía de la casa de estudios, es el Dark Sky Finder, una herramienta gratuita elaborada por el estadounidense Jonathan Tomshine.

El propio Tomshine explica que esta aplicación no puede medir con exactitud la concentración brillosa, pero funciona como una excelente referencia para observar los puntos más contaminados.

En 2016, Héctor Solano Lamphar, investigador del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), informó que el país incrementó su producción de polución lumínica. De acuerdo con los datos de Solano las urbes más afectadas son Ciudad de México, Ecatepec, Guadalajara, Puebla, Monterrey, Tijuana y Ciudad Juárez. Según las mediciones del integrante del Sistema Nacional de Investigadores, esas ciudades irradian una contaminación luminosa similar a la que producen destinos como Hong Kong y Barcelona.

En publicaciones en medios virtuales, Solano Lamphar ha expuesto que el país posee sistemas de alumbrado inadecuados que fueron desarrollados sin atender a una correcta zonificación. El desperdicio incandescente, según su estimado, es el origen de la emisión anual de 50 millones de toneladas de gases de efecto invernadero.

Las recomendaciones para prevenir esta forma de contaminar la vida incluyen instalar lámparas con sensores para ahorrar energía y utilizar focos que se recarguen con rayos solares.

En el sector industrial se proponen medidas como utilizar lámparas de sodio de baja presión en zonas que no requieran mucha iluminación.

A las autoridades se les recomienda que el servicio de alumbrado público no tenga luminarias que apunten hacia el cielo así como establecer una legislación adecuada sobre regulación y ahorro energético.

Foto: GE Lighting
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