— San Agustín
Este martes falleció el Padre Luis González Luna y Morfín, sacerdote jesuita, fundador y primer rector de la Universidad Iberoamericana de Torreón. Desde muchos rincones del país se ha dejado sentir una condolencia generalizada.
Cuando a través de redes sociales participé de su deceso, varias personas quisieron compartir anécdotas de tan apreciado personaje y referente educativo de nuestra región. “Luis nos casó hace 41 años”, “Luis fue el pilar espiritual de nuestra familia”, “Luis fue mi maestro en la Carlos Pereyra”, “A Luis le debemos muchas cosas”, decían.
Y es que Don Luis, además de forjador intelectual y guía de varias generaciones, era un hombre muy querido y admirado por quienes tuvimos el privilegio de conocerlo. El historiador Carlos Castañón lo definió como una persona de mucha preparación, jesuita de la vieja guardia, culto y liberal.
De entre sus amores, el Club Chivas de su natal Guadalajara, y por supuesto la Comarca Lagunera. González Morfín decía que el paraíso terrenal sería algo parecido a Guadalajara pero con la gente de Torreón.
Don Luis vivió sus últimos años en la capital del país, pero siempre encontró motivos para regresar a esta tierra como nos pasa a quienes no podemos estar aquí todo el tiempo. En La Laguna, Luis dejó el corazón, los mejores años de su vida y a una gran cantidad de amigos que lo vamos a extrañar.
La última vez que lo vi fue en una comida en casa de mis papás hace alrededor de dos años. Recuerdo que nos reímos muchísimo y disfrutamos enormemente su compañía, serenada la plática con un buen tequilita como a él le gustaba.
Menguada la salud, Don Luis conservaba intacta su vitalidad característica, la mente ágil y ocurrente y esa liviandad propia de quienes saben estar. Además, se daba el tiempo para hablar de otra de sus grandes pasiones: el cine. Afecto a las películas de Federico Fellini y al período de la dolce vita italiana, sus artistas consentidas eran Sofía Loren y Gina Lollobrigida. Sí, el Padre Luis tenía muy buen gusto.
A Luis lo conocí cuando tenía trece o catorce años en casa de mi abuela Olga. Ellos fueron grandes amigos y se querían entrañablemente. Y es que a Doña Olga, por sobre todas las cosas, la nutría la compañía de gente pensante.
En aquella época estaba alejado de la iglesia y tenía tiempo de no confesarme. Aprovechando la presencia del Padre Luis, me animé a hacerlo. Más que una confesión se trató de una plática donde Luis habló de un Dios padrísimo, cercano y amoroso que yo, siendo un niño confundido por las primeras tribulaciones de la adolescencia, sencillamente no conocía. El Padre Luis supo quitarme el temor, habló mi lenguaje e intuyó que otros, en su torpe interpretación de lo divino, me habían infundido ideas totalmente mafufas y disparatadas.
Años después de aquél encuentro me acerqué al pensamiento agustiniano y al arropo de la Compañía de Jesús. Sí, para mí los jesuitas son una de las élites de la Iglesia Católica por su bagaje canónico, teológico, filosófico e intelectual. Además, históricamente han sido liberales y un tanto herejes y a mí la herejía me viene bien, pues siempre disfruté nadar contra la corriente y desafiar al entorno.
Luis González Morfín fue un hombre bondadoso y sencillo. Hace dos días cuando murió, recibí una fotografía donde aparecen mi abuela Olga y el Padre Luis. Ninguno de los dos se encuentran ya aquí y por ello, al verla, se me sumió el estómago en añoranza a tiempos maravillosos que jamás volverán a ser. Luego me reconfortó la certeza de que ya están juntos en el cielo echándose su tequila y riéndose a carcajadas.
Gracias siempre, querido Luis.
Nos leemos en Twitter y nos vemos por Periscope, sin lugar a dudas: @patoloquasto
