(Segunda y última parte)
Durante estos nueve años de estudios,
llevé a cabo algunos trabajos
sencillos: Me trasladaba a
mi población natal, y llevando tan
sólo una “tina”, o mejor dicho,
una cubeta, recorría las calles, y
llegando casa por casa preguntaba
si tenían huevos que vendieran,
de tal manera, que en el
transcurso de un fin de semana,
llegaba a comprar un buen nú-
mero de este producto de “gallogallina”,
regresaba a Nueva Rosita
y hacía lo mismo: recorría calle
por calle de las colonias aledañas
donde vivíamos ofreciendo
mi mercancía hasta venderlos
todos. Esta actividad la llevé a
cabo durante varios meses; sin
embargo, un día, tropecé con una
piedra, caí con mi cubeta de huevos
y todos ellos se estrellaron
y…. Se acabó mi sencillo negocio.
Al finalizar la instrucción primeria
aquel verano de 1954 y antes
de iniciar el curso en la Academia
Comercial “Minerva”, me fui a
mi pueblo natal y durante no menos
de seis semanas la hice de
“cantinero” en el negocio que tenía
el tío Ezequiel y cuyo nombre
no olvido: “La Ronda”.
Este trabajo lo había realizado
mi hermano Pedro durante
varios años, pero como ya trabajaba
en la empresa minera,
“me lo heredó” al menos durante
un verano, “me daba gusto
atender a los amantes de las bebidas
etílicas y mientras ellos
consumían varias de ellas, yo lo
hacía consumiendo varios refrescos
embotellados.
Ya estando cursando la carrera
comercial, durante los fines
de semana me empleaba
con un buen amigo de la familia:
Zaragoza Tanájara, quien se
dedicaba a vender ropa por las
calles durante todos los días de
la semana y los sábados y domingos
los dedicaba a pasar a
los domicilios para “el abono
correspondiente”. Yo bajaba de
su automóvil, la clienta abonaba
a su cuenta cinco o diez pesos,
se los daba a ‘Gocha’, como
así lo llamábamos, el cual anotaba
el “abono correspondiente
en una tarjeta que tenía cada
cliente y así recorríamos varias
colonias del mineral y después
de las dos de la tarde regresá-
bamos a casa de su mamá,
quien ya nos tenía preparada
una sabrosa comida “china”,
pues ella era de esa nacionalidad
y yo disfrutaba esos alimentos
al máximo.
Todos los fines de semana
se repetía la misma historia,
me pagaba cinco pesos diarios,
independientemente de
la comida del medio día. Recuerdo
también que me gané
algunos pesos realizando con
mi máquina de escribir las “invitaciones
de boda” al hijo de
Panchita de nombre Jesús. Y
párele de contar.
En relación a actividades
deportivas, recuerdo que tan
sólo practicábamos algo de
beisbol en los llanos cercanos a
la colonia Miguel Hidalgo y las
actividades que realizábamos
en las horas de recreo.
Inmediatamente después
de “graduar” de los cursos de
Estenógrafo y Auxiliar de Contador
y gracias a las relaciones
que tenía el hermano Nemesio,
logramos ingresar a la empresa
minera la ASARCO. Por un mes,
en las oficinas del departamento
de construcción cuyo jefe era
don Félix Garza, donde contaba
con dos ayudantes, uno de
ellos de nombre Tomás Treviño,
quien amablemente me encomendó
la tarea de llevar el registro
de asistencia de los trabajadores
que laboraban en esta
sección de la empresa. En este
departamento, tan sólo laboré
hasta el 31 de agosto de 1957,
para el día siguiente pasar al
hospital de la empresa con la
categoría de “Mensajero”.
Jamás he olvidado que mi
sueldo inicial era de $17.47 diarios
más el séptimo día, dando
un total a la semana de: $122.29,
que en aquellos tiempos era un
sueldazo para un joven de tan
sólo quince años de edad y en
una época cuando el poder adquisitivo
de un peso era altísimo
(Continuará).