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Inseguridad y lenguaje

En tres patadas

DIEGO PETERSEN FARAH

La polémica entre el jefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, y los medios de comunicación en torno a si el de Tláhuac es o no un cartel parece una discusión estéril y sin trascendencia, pero en realidad no lo es. Lo que está en juego no es solo una palabra o el uso de una palabra.

Nombrar es una acto de poder. Quien pone el lenguaje controla en buena medida lo que se discute y cómo se discute. Los políticos por deformación tienden al eufemismo, a decir las cosas de manera que parezcan lo menos mal posible, a jugar siempre con el lenguaje para decir sin decir, matizar, reducir, evitar el compromiso. Cuando se dice que los políticos mienten en realidad lo que se quiere decir es que no hablan con la verdad, que eluden decir las cosas como son. Por eso, hoy los políticos en edad de merecer se venden como gente frontal, que no miente, aunque en el fondo ni su madre les crea.

Los medios por el contrario tendemos a la exageración, a poner todo en superlativo. A fuerza de exagerar hoy palabras como crisis, masacre o desastre o cartel han perdido todo sentido. No hay día que no escuche en el radio a alguien hablando de la crisis económica. ¿Cuál crisis? "La que tienen en la cabeza", diría, torpemente, el presidente Peña. Es cierto, estrictamente hablando, en el sentido económico de la palabra, no estamos en crisis desde 2008, pero los periodistas siempre encontraremos una justificación para usar la palabra crisis. De la misma manera, desde los medios cualquier embotellamiento es un caos; todo error es un desastre, y todo grupo de crimen organizado es un cartel.

Miguel Mancera tiene razón: el de Tláhuac no es un cartel. Los carteles de la droga se les denominó así porque, controlaban desde la producción, hasta la distribución y venta el producto. Cartel es un término económico para definir una forma de monopolio. El de Tláhuac es un grupo de crimen organizado, terriblemente violento y que controla algunas actividades delictivas dentro de una zona, como hay otros 270 en el país. Unos más violentos o sanguinarios que otros, pero estaremos de acuerdo que por definición no puede haber 27 decenas carteles dedicados a los mismo. Con características de carteles quedan dos en el país: el de Sinaloa, con todo y sus broncas internas, y el Nueva Generación, que produce y distribuye metanfetaminas, y tienen una posición dominante en el mercado mundial de ese producto.

La discusión no es si se trata de carteles o grupos delictivos, sino por qué el Estado mexicano en incapaz de combatirlos; por qué hay tantos grupos que ponen en jaque al país. Lo que tienen que explicar Mancera, los gobernadores y el presidente es por qué el Estado no puede frente a los carteles, frente a los grupos de crimen organizado, frente a las pandillas, frente a las empresas corruptas. Lo que no tienen que explicar no es el correcto uso del lenguaje, sino por qué el estado es incapaz de brindarnos seguridad.

Discutamos mejor la palabra impotencia.

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