Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

PLAZA DE ALMAS

ARMANDO CAMORRA

Ven a Saltillo, ven. Te invito. También te invitaría al Cielo, pero eso es de otra vida, y Saltillo, que es lo que le sigue, es de ésta. Mi ciudad está hecha de tierra, como el hombre. Sus casas son de adobe, y tienen estatura humana. En invierno son tibias como pecho de mujer; en el verano frescas como beso de muchacha. Entra en mi casa. Su traza es española; su trazo árabe. La puerta se abre a un vasto zaguán poblado de espárragos y helechos. Viene después un patio en cuyo centro hay una fuente que si te sientas a escucharla te dirá cosas del tiempo que se fue y otras del tiempo que todavía no llega. Mis tías que aún no se casaban removían sus aguas y luego trataban de adivinar en ellas el rostro del galán que las iba a desposar. Todas las casas de Saltillo tenían un zaguán verdecido, un patio y una fuente, y en todas había doncellas que aún no se casaban. Ven ahora conmigo. Vayamos a la Catedral. Es alta como una buena intención, pero más firme. En los días de niebla su campanario se pierde entre la bruma, y a veces tardamos días en hallarlo y volverlo a su lugar. Al lado está en su capilla el Señor de la Capilla, que te hace milagros aunque no se los pidas. Cuando un ateo mira su imagen se le quita lo ateo. Si quiere regresar a su ateísmo necesita dejar de mirarla. Vayamos a la plaza cuyo sonoro nombre, “de los Hombres Ilustres”, está en ilustre olvido, pues todo mundo, o al menos parte de él, la llama “del mercado”. Ahí está Manuel Acuña, nuestro poeta, en estatua marmórea mitad clásica, mitad romántica, como muchos de los que aquí vivimos. Quizá te interesará saber que esa obra de Jesús Contreras representó a México en la exhibición de arte que se hizo en París con motivo de la Exposición Universal de 1889, aquélla en que se inauguró la Torre Eiffel. Echemos ahora a caminar por la calle de Aldama hacia el poniente. Andando -que no andando, andando, pues con poco andar se llega en mi ciudad a todas partes y a otras más- llegaremos a la umbrosa alameda de Saltillo. En ella todos tuvimos amores y amoríos. Una vez dije que si esa alameda hablara ¡cuántas cosas callaría! Muestra un pequeño lago que cuando niño me parecía el mar Atlántico. Tiene la forma de la República Mexicana, y en él nadan, si no cisnes reales, sí patos republicanos. En el costado opuesto se encuentra el edificio de la Escuela Normal, con su pórtico de inspiración helénica. Majestuoso también es el recinto del Ateneo Fuente, al que hemos llegado por la rápida vía de la asociación de ideas. Entremos a su rica pinacoteca; a su positivista museo de historia natural; a su biblioteca hecha de siglos, a su paraninfo. Vayamos en seguida a. Pero, mira: ya es hora de comer. Dirijámonos a La Canasta, el restorán de mayor tradición en la ciudad. Ahí nos espera el famosísimo arroz huérfano, llamado así porque no tiene madre, y nos espera también un filete tapado que está como para destaparlo. Prolongaríamos la sobremesa hasta las 6 o 7 de la tarde de no ser porque a las 5 y cuarto da principio la ceremonia para celebrar los 440 años de fundación de la ciudad. En ese acto se entregará hoy al Ateneo glorioso la Presea Saltillo, y yo, que fui su alumno, su maestro y su director, no puedo estar ausente. Por la noche cenaremos en el entrañable Café Viena -te recomiendo un lonche de ternera-, y mañana, si el Santo Cristo nos da vida y salud, después de almorzar unos insignes tacos de cachete en Los Pioneros te llevaré a comprar un sarape saltillero y pan de pulque de los señores Mena. Entenderás, amigo, que no te invite ahora a ir al Cielo. Después de todo esto ¿para qué?... FIN.

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