Un panorama devastador en penales

El programa de reinserción social y laboral para los expresos mexicanos siempre ha sido un fracaso porque al salir de prisión, estas personas no compiten solamente contra los millones que están en busca de un trabajo, sino que deben lidiar con el estigma que los dejó marcados por haber cometido uno o varios delitos.

No hay que olvidar que el mercado laboral en el país es absolutamente precario, es una pena que más de 50 % de empleo se encuentre dentro del sector informal, pero es una realidad, entonces nos hacemos ilusiones si suponemos que las personas que salen de un penal van a encontrar un trabajo, que además sea bien remunerado.

Usualmente, las tareas que se les encomiendan a los exconvictos son trabajos pobres, actividades que nadie más quiere hacer, y los sueldos están debajo del mínimo, no hay una posibilidad tangible de que alguien que pasó por un proceso de carácter penal y permaneció días, meses o años tras las rejas se reinserte a una vida laboral, por lo menos, no en actividades competitivas.

Otro factor que hace más difícil la reinserción es que todavía existen -si no es que la gran mayoría- de empleadores que piden antecedentes penales, si alguien llega después de haber cometido un robo, o un homicidio, será muy poco probable que les den un empleo.

El panorama de los programas de reinserción en el país es devastador, se le tienen que hacer miles de mejoras, para empezar las personas que salen de prisión deberían tener la certeza de que encontrarán un trabajo calificado, con salarios superiores al mínimo y ni una ni otra cosa está en el contexto nacional.

Lo anterior se debe principalmente a que la población económicamente activa que está desempleada supera al mercado. Es insólito suponer que el número de expresos, que por cierto va a crecer, van a conseguir un trabajo en cuanto dejen el penal, al contrario, aumentará el desempleo y con ello se marca un fracaso rotundo de estos programas.

Este tema es preocupante porque derivado del desempleo, es más fácil para los jóvenes entrar en el escenario de la delincuencia que en un empleo formal.

Los criminales pueden ofrecer entre 15 y 20 mil pesos por un trabajo, es claro que después de que se entra en ese espiral de criminalidad no se sale, o se sale muerto, si a eso le sumamos el rezago educativo, no hay para donde voltear.

Es sabido que los presos pueden culminar sus estudios dentro de la cárcel, esto podría generar un pensamiento de que aquellos que lo hagan obtendrán un mejor empleo a su salida, pero la realidad es otra. Primero deberán lidiar toda la vida con la estigmatización, no hay de otra, y segundo; la educación que se imparte al interior de los penales deja mucho que desear, incluso los ejercicios de profesionalización son un gran problema.

Si para aquellos que terminaron una carrera profesional en las aulas de una universidad en plena libertad es complicado integrarse al campo laboral, qué se espera alguien que estudió al interior de una prisión, la respuesta es obvia, nadie o casi nadie le dará trabajo.

Es por ello que los programas de reinserción social están malogrados, porque no dan garantías para reintegrarse, ni a nivel social, mucho menos a uno laboral, y derivado de este problema surge uno mayor: la reincidencia delictiva.

Los que salen de las celdas grises van en busca de un empleo que les permita tener una vida digna y ofrecer a su familia lo mismo, al no encontrarlo, recaen en los robos, homicidios, narcomenudeo, en equis delito que les brinde una estabilidad económica; es un círculo vicioso y no va a desaparecer hasta que se mejoren estos programas de reintegración social y laboral.

(Alfonso Bouzas Ortiz, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, especialista en materia laboral).