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Revisión del tratado de libre comercio

JULIO FAESLER

En este año de 2017 convergen muchas coyunturas importantes. El cambio en los equilibrios geopolíticos es evidente. La extirpación de la violencia fanática en medio oriente, la suerte de la democracia en América Latina y la actitud del presidente norteamericano de despreciar el precario tinglado construido de derechos y obligaciones de los estados, son en su conjunto cuestión de preocupación para los que queremos ver equilibrio y justicia en el escenario internacional.

La evolución en los modos de producción, las innovaciones en las comunicaciones chocan ahora con la defensa de estilos de vida que se resisten a tales cambios llevan a explicar que el sustrato de muchas tensiones que presenciamos tienen bases psicológicas que luego se muta en posiciones y exigencias políticas.

El presidente Trump estrenó su administración con uno de los temas más sensibles, el del comercio exterior. La renegociación del TLCAN propuesta por él que está a punto de arrancar es ejemplo de lo anterior. Llama la atención la notoria diferencia de enfoques el acuerdo merece por parte de cada uno de sus tres signatarios.

Mientras que en México el TLCAN para muchos sintetiza un claro éxito de los que lo idearon, otros lo ven como el mecanismo que ha entregado la estructura económica y hasta política a los intereses más siniestros de la globalización. Para Canadá, socio de oportunidades en expansión especialmente en bosques y minas, el tratado es todavía un útil accesorio que irá madurando con el paso de las incógnitas del momento.

Los Estados Unidos, en la visión del presidente Trump, está profundamente herido en su orgullo por el TLCAN, invasión a su territorio económico más íntimo que son las viejas industrias de acero y automotrices cuyos obreros son víctimas de un insensible TLCAN que hay que depurar, desarmar o mejor aún, desaparecer.

Curiosa situación, opuesta a la percepción que en México tenemos del Tratado. Allá el oficial encargado de asuntos comerciales (USTR) se duele de que millones de trabajadores se han quedado sin trabajar en los oficios para los que fueron capacitados y son miles de empresas que tuvieron que cerrar. Ni una palabra de reconocimiento para los miles, millones, de mexicanos que están haciendo grande a Estados Unidos ocupando puestos que los locales desprecian y dirigiendo un creciente número de proyectos productivos.

Aquí, la opinión es que los mecanismos del TLCAN tienen que perfeccionarse para aumentar la integración de procesos agrícolas e industriales que empleen más recursos mientras se detiene el influjo de productos de bajo precio que llegan de extrazona.

El TLCAN es el más reciente capítulo en la historia de nuestros acuerdos comerciales con los Estados Unidos que se inician en el siglo XIX. En el siglo pasado fue el de 1942 cuando apoyamos su esfuerzo bélico enviándoles alimentos, ganado, minerales, ropa y utensilios domésticos facilitando los abastos requería de nosotros mientras atendía la guerra que tenía contra el EJE. Ese tratado que terminó en 1950 nos dejó las reservas monetarias con que emprendimos una metódica política de industrialización que de haberse realizado puntualmente nos hubiera legado una formidable fuerza económica.

El Tratado de Libre Comercio (TLCAN) tuvo la finalidad de sumar los mercados de los tres países de Norte América para aprovechar recursos, compartir producción y aumentar el bienestar para sus habitantes. A más de 20 años de vigencia, algunos estiman que el acuerdo está en necesidad de ponerse al corriente con los avances que se han registrado en sus estados miembros.

Así lo expresa el representante norteamericano para asuntos comerciales en el documento que ha dado a conocer esta semana contiendo propuestas, algunas de ellas de muy debatible fundamento. Las reacciones oficiales en México al esbozo de las propuestas de renegociación han revestido un tono optimista. Hay disposición de ajustes siempre que no haya modificación en las disposiciones arancelarias. Esta posición es firme.

Hay, sin embargo, cuestiones que son materia de discusión entre los tres socios del Tratado. Una de ellas es la drástica pretensión de Estados Unidos de eliminar, de un solo golpe, todo el mecanismo de solución de controversias para dejar la atención a reclamos completamente a lo que disponen las reglas de la Organización Mundial de Comercio.

Los Estados Unidos han sufrido varias derrotas a manos de México bajo el procedimiento de solución de controversias previsto en el Capítulo 19 del TLCAN. Su derogación es uno de los declarados objetivos de las negociaciones que están por arrancar el próximo 16 de agosto en Washington.

La posibilidad de pasar a un acuerdo de verdadera tercera generación, uno en que los objetivos sean de resolver aspectos vitales para el desarrollo integral de las tres comunidades, depende de lo que pueda avanzarse en la renegociación que ahora emprenderán los equipos de expertos.

Es el momento de dar un nuevo paso hacia adelante.

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