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DOS FORMAS DE ASUMIR EL PERIODISMO EL SíNDROME DE ESQUILO

VICENTE ALFONSO

"Cada que se viola un tabú sucede algo bueno, vitalizante", dijo Henry Miller a George Wickes en una entrevista para The Paris Review en 1961. Provocador, enemigo de los dogmas, Mario Vargas Llosa parece compartir esta consigna en Cinco Esquinas, su más reciente novela. Promovida como "una novela erótica que se convierte en thriller", tiene como tema central las dos caras del periodismo: por un lado como arma para desprestigiar y aniquilar, por otro como instrumento de liberación. Ambientada en el Perú de Fujimori, la historia tiene como telón de fondo una sociedad convulsa en donde los secuestros, la extorsión y los ataques terroristas de Sendero Luminoso son el pan de cada día. En cuanto a los personajes periodistas, sobresalen dos: Rolando Garro y Julieta Leguizamón, alias "La Retaquita". El primero dirige el semanario Destapes, dedicado a revelar la intimidad de figuras públicas, conocidas y prestigiadas. La segunda, reportera estrella del semanario, es presentada como "una periodista nata (…) capaz de matar a su madre por una primicia, sobre todo si era sucia y escabrosa".

El debate entre periodismo informativo y periodismo sensacionalista está presente en varias de las novelas anteriores de Vargas Llosa: ya en 1969 los lectores de Conversación en La Catedral se topaban con Santiago Zavala, joven editorialista que debate con un colega de la fuente policial cuál tipo de periodismo dignifica más la profesión. Curiosamente es Zavala, editorialista, quien se siente avergonzado de redactar artículos de opinión frente al reportero que consigna muertes y catástrofes. Más que tomar partido, Vargas Llosa hace aquí de abogado del diablo, pues se ha acercado de muy distintas formas al oficio: del periodismo de opinión en su columna semanal Piedra de Toque al reporteo directo en zonas de conflicto, tarea que ha ejercido en Palestina y en Irak. De hecho, el reporteo in situ le ha sido esencial para construir novelas como La guerra del fin del mundo (1981), La fiesta del Chivo (2000) y El sueño del Celta (2010).

Del tironeo entre periodismo sensacionalista y periodismo informativo también se ocupa La tía Julia y el escribidor (1977). Desde el arranque de la novela se describen dos estaciones de radio que, a pesar de pertenecer al mismo dueño y ser vecinas, no se parecen en nada "como esas hermanas de tragedia que han nacido una llena de gracias y, la otra, de defectos". Radio Panamericana tiene ínfulas de modernidad y de aristocracia. Transmite jazz, rock y una pizca de música clásica. Radio Central, en cambio, programa música popular y sobre todo, dramas radiales que con sus tragedias domésticas mantienen enganchados a miles de escuchas. Por supuesto, la segunda estación es el sostén económico de la primera. Pero la discusión va más allá: el trabajo de Varguitas, el joven aspirante a escritor que protagoniza la novela, es dirigir el sistema de información de Radio Panamericana, labor que se traduce en "revolcar" notas de los periódicos para alimentar las cápsulas noticiosas de la estación. Para hacerlo, Varguitas cuenta con la ayuda de Pascual, asistente adicto a las catástrofes y los hechos de sangre. Esta tensión entre el periodismo tremendista y la visión responsable del oficio se evidencia cuando el joven Varguitas dice: "Cuando yo le explicaba que no nos pagaban por entretener a los oyentes sino para resumirles las noticias del día, Pascual, moviendo una cabeza conciliatoria, me oponía su irrebatible argumento: 'Lo que pasa es que tenemos dos concepciones diferentes del periodismo'".

Con todo, el personaje que prefigura más directamente a Rolando Garro, el periodista francotirador de Cinco esquinas, es "El Sinchi", comentarista radiofónico que juega un papel central en Pantaleón y las visitadoras. Garros y "El Sinchi" son personajes gemelos: ambos se dedican a extorsionar a figuras poderosas -empresarios y miembros de la clase política- a cambio de no revelar información comprometedora. Ambos son la encarnación de lo que, en un ensayo publicado en 2012, Vargas Llosa calificó como los productos periodísticos más genuinos de la civilización del espectáculo, es decir, informadores que se caracterizan por poner el entretenimiento en el lugar más alto en la tabla de valores. Como cualquiera puede constatar hojeando los diarios, una de las peores consecuencias de este cambio en la escala es que "la frontera que tradicionalmente separaba al periodismo serio del escandaloso y amarillo ha ido perdiendo nitidez, llenándose de agujeros, hasta en muchos casos evaporarse".

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