John Dee jamás había amado. Quiero decir que nunca había vivido.
Un día se enamoró de una muchacha de ojos azules y larga cabellera rubia. Ese día empezó a vivir.
Ese día también empezó a sufrir, él, que no había conocido el sufrimiento. Sucedió que la joven era voluble y tornadiza. Primero lo admitía a su lado entre sonrisas y luego lo rechazaba con desdén.
El filósofo no entendía la vida, al fin filósofo. Y sufría; sufría mucho por los desaires de la hermosa. Pero aun sufriendo era más feliz que antes. Las penas del amor eran mejores que su existencia anterior, tan solitaria y gris.
Una noche, cuando el sabio menos lo esperaba, la muchacha se le entregó. John Dee fue inmensamente feliz. Un rato. Luego empezó a extrañar su sufrimiento de antes. Había llegado a verlo como un querido amigo que lo acompañaba a donde iba. En los días que siguieron ella se le ofrecía y él la rechazaba.
Sufría la muchacha. Al fin muchacha, no entendía a los filósofos.
¡Hasta mañana!...