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El socavón de Peña

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

El enorme hundimiento que terminó con la vida de dos personas y enlutó a su familia en Morelos, termina siendo una perfecta alegoría sobre el mandato de Enrique Peña Nieto: coludidos, políticos y empresarios cercanos al poder se han enriquecido de forma criminal; el andamiaje legal e institucional -piso que da sustento a nuestra vida en comunidad- se ha desmoronado bajo nuestros pies y; sólo pagan las consecuencias de la corrupción, la ineficiencia y la ilegalidad, los ciudadanos.

No es que los ciudadanos no tengamos alguna responsabilidad sobre lo que le está sucediendo al país; de alguna manera hemos permitido que una clase frívola, inconsciente e inescrupulosa, se haya hecho del poder. Los que votaron a favor porque así lo hicieron y los que no, porque no nos opusimos con la suficiente fuerza para impedir que un "mirrey" alcanzara la Presidencia.

Pese a ello, no deberíamos ser los que muriéramos en el socavón de Peña; quiero decir que nuestro grado de responsabilidad, aún el de aquellos que votaron por él, no se aproxima, ni por mucho, al nivel de culpabilidad que tienen Peña y su equipo en la tragedia que está viviendo el país.

La gestión peñista no ha podido con nada: los focos de violencia se incrementan de manera alarmante, incluso, sobrepasando ya los niveles de criminalidad que traía Calderón en sus últimos dos años de gobierno; la economía crece a cuentagotas, muy por debajo de las estimaciones hechas a principios del sexenio; la gestión de los recursos públicos, con mejoras marginales a raíz de la llegada de Meade a la Secretaría de Hacienda, no deja de ser un desastre que heredará una deuda que equivale a más de 45 por ciento del Producto Interno Bruto; en fin, una muy larga lista de asuntos malogrados en casi todas las carteras que maneja en gobierno federal.

Hoy, tres de cada cuatro mexicanos, desaprobamos la gestión peñista; pero eso no sirve de nada. Como he dicho anteriormente, a Peña ya nada le importa y menos todavía lo que pensemos de él y de su gobierno. Aquí lo verdaderamente preocupante es la ausencia de liderazgos realmente fuertes y capaces, que encaucen la frustración y el desencanto sistemático de los mexicanos. Seguimos siendo un país presidencialista, aunque eso no nos convenga de manera alguna; por lo menos, tendríamos que contar con figuras que lucieran con los tamaños que se necesitan para sacar adelante al país.

Lastimosamente, lo que se asoma como posibilidad, no alcanza; es decir, sabemos que personas como López Obrador tienen su grupo de fieles seguidores que están muy convencidos de su liderazgo; pero es casi imposible que como candidatos logren convencer a más de una tercera parte del electorado; y es altamente probable que les toque gobernar con una mayoría opositora en el Congreso.

Lo que México necesita son líderes que, con virtudes y defectos claramente identificables, aparezcan como grandes estadistas, con un proyecto de nación que recoja las verdaderas necesidades de la población y del país; y con la capacidad de aglutinar las voluntades de la mayoría de los mexicanos.

Por desgracia, me temo que esos liderazgos no van a surgir en el corto plazo; creo que también mis esperanzas se precipitaron por el socavón de Peña y agonizan junto con las de otros muchos mexicanos, sin que nadie venga a rescatarlas.

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