Revolución pacífica
Francia parecía más destinada a seguir un camino populista, ya fuera de derecha, con Marine Le Pen del Frente Nacional, o por la vera de Jean-Luc Mélenchon, de Francia Insumisa, una agrupación de tendencia comunista.
El 14 de julio los franceses festejan la toma de la Bastilla de 1789. Este asalto de una vieja fortaleza medieval en París, que era utilizada como cárcel y representaba el poder del monarca, marcó el inicio de la Revolución francesa. Si bien ese movimiento terminó siendo una fiesta de violencia y terror que llevó de una monarquía autoritaria, la de Luis XVI, a otra muy similar encabezada por Napoleón Bonaparte, es un hito de la historia que el pueblo francés recuerda con orgullo.
Histórico puede ser también el gobierno de Emmanuel Macron. Su camino a la Presidencia de la República Francesa es tan dramático como el asalto a la Bastilla, pero sin los actos violentos.
Hace un año Macron era ministro de economía, industria y nuevas tecnologías del presidente socialista François Hollande. Había ingresado al gobierno después del intento por subir el impuesto sobre la renta a 75 por ciento, lo cual provocó un escándalo político y el retiro de capitales.
El joven ministro promovió políticas de liberalización que no fueron necesariamente bien recibidas por el Partido Socialista o incluso por los ciudadanos. Cuando a fines del 2016 anunció su decisión de postularse como candidato presidencial de un nuevo partido, mucha gente pensó que se trataba de una verdadera locura.
Hoy, a sus 39 años de edad, Macron es presidente de Francia. Además, ha logrado una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, lo cual le permite impulsar con más facilidad las reformas que considera indispensables para mejorar la competitividad de un país que se ha quedado rezagado en Europa en las últimas décadas.
La nación del general De Guelle y de Jean Paul Sartre necesita una revolución pacífica y productiva. Hoy tiene impuestos que se encuentran entre los más altos de Europa y del mundo. El gobierno interviene cada vez más en los procesos económicos y emite regulaciones que asfixian a empresas y restringen las actividades de personas físicas. El crecimiento económico ha sido anémico en los últimos años y el desempleo se ubica en 9.5 por ciento de la población económicamente activa, lo cual contrasta con su vecina Alemania, su rival histórico, cuya desocupación es de 3.9 por ciento.
El triunfo de Macron es sorprendente porque Francia parecía más destinada a seguir un camino populista, ya fuera de derecha, con Marine Le Pen del Frente Nacional, o por la vera de Jean-Luc Mélenchon, de Francia Insumisa, una agrupación de tendencia comunista y cercana al socialismo del siglo XXI de Venezuela.
El sorpresivo ganador de los comicios, sin embargo, es un liberal. Sus ideas buscan promover una mayor inversión privada, una menor carga impositiva, una menor intervención del Estado en la economía. También quiere preservar las libertades personales. Como parte de su visión ha ratificado su confianza en la Unión Europea, en un momento en que los populistas del Viejo Continente y de Estados Unidos, como Donald Trump, quieren desmantelar la unión económica y política más exitosa de la historia.
Es demasiado pronto para saber si Macron realmente podrá impulsar esa revolución liberal que ha prometido. El nuevo presidente de Francia se encuentra todavía en su luna de miel, pero en el mundo hay un cansancio frente a cualquiera que ejerza el gobierno. Cuando afecte al joven mandatario se le hará más difícil llevar a cabo las reformas, las cuales serán cuestionadas por sindicatos y grupos de activistas. Si a pesar de ello logra sus objetivos, estará consiguiendo una transformación más importante que el cambio posterior a la toma de la Bastilla. Y será, además, a través de una revolución pacífica.
Twitter: @SergioSarmiento
