Un consejo amistoso

Yo creo que vale la pena porque si eres institucional y no delatas a tus cómplices, tarde o temprano sales y hasta te piden perdón.

¡Mira esto!, dice mi amiga Clarita ofreciéndome la revista Política y Estilo, ella es bonita, guapa, atractiva; además es millonaria, tiene estilo, es fashion, sabe de moda, y su cuerpo es cubierto por las marcas de los diseñadores más respetados del mundo… ah, pero si le faltaba algún ingrediente a esa amplia personalidad, podemos cerrar su maravilloso círculo diciendo que su papá es Carlos Romero Deschamps. ¿Lo ves? ¿Acaso no es lindo? ¡Yo también quiero! Mira esta otra, insiste Clarita y me pasa la revista Hola con las deslumbrantes fotografías de la boda de aquella chica que viajaba por Europa en aviones privados en compañía de sus perros y que recién se casó con la pompa y circunstancia que corresponde a la heredera del sórdido líder del sindicato petrolero. ¡Y fíjate! sólo las pulseritas que lleva en el brazo valen más de un millón de pesos. Y para que veas lo que es la lana, dice Clarita mientras sigue pasando páginas, ¿te acuerdas de aquel pelado que presumía de tener un chaleco de pene de burro y declaró públicamente que su animal favorito es la mujer? Sí mujer, ¡acuérdate!, uno de los hijos de aquel maestro que salió de un internado de pobres para convertirse en el magnate que legitimó la corrupción con aquello de que “un político pobre es un pobre político”. Mira como la pasa su descendencia. Es el nieto de aquel maestro; un torerito joven sin mayor relieve que casó con otra heredera de la revolución; viven ambos lujosamente en la Ciudad Luz y vacacionan en su palacete andaluz. Colinas de perro, casas blancas, departamentos en Nueva York, en París, en Miami. Casitas de playa en Vallarta, en Acapulco… ¿Lo ves? Si tienes suerte, después de dos o tres generaciones la gente olvida el origen de tu fortuna y tus hijos serán empresarios y hasta filántropos. No es que me guste pero es la verdad, aquí no hay más que dos sopas, o eres el corruptor que debe pagar las extorsiones lo mismo si quieres poner un puesto de tamales que si necesitas que aparezca tu expediente “perdido” en cualquier institución gubernamental -donde la discrecionalidad, corrupción e ineficacia son la regla- o eres el corrupto y le entras a la gran vida. Mejor todavía si logras escalar hasta las grandes ligas de la corrupción o sea, los altos puestos políticos, en cuyo caso tus hijos y los hijos de tus hijos disfrutarán de los privilegios que nuestra sociedad otorga al dinero, que aunque salga de las cloacas nadie le hace asco. Sólo fíjate cuáles son las familias que deslumbran con suntuosas fiestas, bodas de ensueño que cuestan lo que un ciudadano del diario no ganará en toda una vida de trabajo. Observa quiénes reciben reconocimientos, nombramientos y hasta medallas por una labor filantrópica que realizan a través de sus propias fundaciones, magnificos instrumentos para captar generosas donaciones que además de dar prestigio a los donantes, son deducibles de impuestos. Tu nomás vete a la historia y vas a comprobar que las familias que forman lo que podríamos llamar la “cleptocracia mexicana” han amasado sus fortunas bajo la protección del Partido de la Revolución. Claro que también puedes acabar en el reclusorio que como dijo aquél que pedía las ligas para embolsarse el botín, ¡acuérdate!, ese, declaró en una entrevista que “el reclusorio está lleno, es como una escuela”. Yo creo que vale la pena porque si eres institucional y no delatas a tus cómplices, tarde o temprano sales y hasta te piden perdón. Acuérdate de Raúl Salinas ¿acaso no lo exoneraron porque si bien su enriquecimiento era inexplicable, no era ilícito?...

Así sigue y sigue Clarita con su apasionado discurso hasta que finalmente me arrincona: “¿Tú que prefieres, vivir en La Colina del Perro o en la perrera?”.

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