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Empatía

ARNOLDO KRAUS

Empatía es una palabra atractiva, un sentimiento que conlleva actos positivos. En tiempos lúgubres, como los actuales, se usa con frecuencia. Inyectar empatía parecería ser pócima útil para mitigar el desasosiego producto de las acciones del ser humano contra el ser humano, pero también de las inverosímiles agresiones de nuestra especie contra la Tierra, como las comandadas por Donald Trump y todos sus secuaces del gobierno republicano, sin obviar las guerras fratricidas y religiosas, retrato de nuestros tiempos.

En un mundo dominado por la corrupción, la impunidad y las desigualdades económicas, la empatía debería ser escuela en casa y materia obligada en los colegios. Mi propuesta, contagiar y mostrar empatía, es lábil cuando las diferencias económicas sepultan las esperanzas de los pobres; caminar por senderos llenos de baches y desvíos es muy complicado, sobre todo, cuando el camino y la falta de oportunidades inician antes del útero.

La vieja oración, "primero es el comer y luego viene la moral", pronunciada por uno de los personajes de la Ópera de los tres centavos, estrenada en 1928, de Bertolt Brecht, sigue, a casi un siglo de distancia, vigente. Difícil pensar en los otros cuando en el entorno priva el hambre por no comer, el hambre por la justicia que nunca llega y el hambre por la descomunal gordura económica y amoral de políticos ladrones.

Empatía y ética (moral) tienen múltiples entrecruzamientos lógicos. Lógicos en teoría y en papel. El binomio es bidireccional: quienes crecen arropados por principios éticos tienden a ser empáticos; quienes maman empatía del entorno actúan cobijados por valores humanos, éticos. Los entrecruzamientos lógicos y teóricos tienden a pulverizarse cuando dominan, como sucede en las comunidades pobres, oprobio, miseria, falta de oportunidades, corrupción. Esos entrecruzamientos se difuminan también en las sociedades ricas donde la incomunicación tiende a crecer debido a la licuefacción de la sociedad; ya lo dijo el recientemente finado Zigmunt Bauman: nuestra era es la del tiempo líquido y sucedáneos: amor líquido y amistad líquida, a la cual agrego compromiso líquido.

Crudo pensar que el mal que corroe al ser humano y al mundo no tiene solución. Indiferencia, miseria poblacional, políticos y políticas sin rumbo, fanatismos religiosos y populismos infectos son síntomas y signos de la enfermedad del mundo. Demasiadas guerras cercanas, algunas vivas, e incontables muertes inútiles debido a ellas o por las migraciones forzadas, deberían ser escuela. La humanidad se las ha ingeniado casi siempre para salir del atolladero. Finalizaron la Primera y la Segunda Guerra Mundial gracias a acuerdos humanos entre humanos y, por fortuna, no se avizora una nueva guerra mundial, a menos que la maléfica dupla formada por Trump y Kim Jong-un (presidente de Corea del Norte), siga atizando el fuego; por lo pronto, esta semana los coreanos han lanzado un misil balístico intercontinental con el cual anuncian que tienen la capacidad de atacar territorio estadounidense con bombas nucleares. La desazón contemporánea no es gratuita: Trump, Peña Nieto, Putin, Maduro, Netanyahu, al Ásad y un gran etcétera.

La vida encierra y deviene incontables trampas. No todas son responsabilidad humana y no todas son producto de políticas inadecuadas. La trampa epidemiológica, por ejemplo, plantea graves problemas económicos y de salud en la mayoría de los países víctimas de economías inestables; se fenece, sobre todo en la infancia, como consecuencia directa de pobreza -desnutrición, diarreas e infecciones pulmonares- y en la edad adulta se muere después de muchos años por los estragos propios de enfermedades crónicas -tabaquismo, diabetes mellitus- cuya carga económica desangra a los sistemas de salud. La trampa epidemiológica tiene dos razones contradictorias, pobreza y riqueza. México como ejemplo: la miseria poblacional, producto de los hurtos desmedidos por políticos -escribí desmedidos- acaba con los pobres, mientras que las mejoras en salud han permitido que algunos pervivan muchos años a pesar de padecer enfermedades crónicas.

Denominaré "Trampa humana" a la colisión entre el binomio empatía/ética y la realidad humana de la cual escribí renglones arriba: miseria, indiferencia, políticos y políticas desaseadas ad nauseam. Mientras no mejore la enfermedad del mundo y no se atienda la ecuación, "primero es el comer y después viene la moral", las esperanzas para reconstruir y reconstruirnos son magras. Aunque difícil, deben buscarse en la casa y en la escuela temprana, los caminos y razones para hacer de la empatía y de la ética leitmotiv. Quizá, sólo quizá, ese binomio logre atenuar las enfermedades humanas.

NOTAS INSOMNES

La "Trampa humana" es cruda realidad. Nadie nace empático ni dotado de valores éticos. Se aprenden o no cuando niño. Para salir de la trampa es menester resucitar esos principios.

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Escrito en: Arnoldo Kraus

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